Thursday, January 5, 2012

Smiley



Escrito por Michael Wayne Hunter

“Un día te vas a resbalar,” le gritó Woody a un guardia en lo alto de una torre de control en la Prisión del Valle De Salinas, “y te voy a agarrar.”

“Claro, claro,” contestó el guardia en un tono de voz aburrido. “Sigue con lo que estás haciendo.”

“Estoy hablando en serio.”

“¿Estás intentando zafarte del patio?” contestó el guardia en forma calmada y casual.

“@#&*” exclamó Woody con el puño en el aire.

Con un suspiro, el guardia activó su alarma, y todos en el patio se tiraron al piso, mientras que Woody fue escoltado de allí.

“Deudas de drogas,” me puso al tanto mi compañero de celda, Cannibal. “Me imagino que no les podía pagar, así que empezó este problema.”

Meses después, abordé el ganso gris, el camión del Departamento Correccional de California, que me llevaría a la Prisión de Pleasant Valley, resuelto a guardar silencio sobre mis dieciocho años en el Pabellón de la Muerte en San Quintín.  Simplemente deseaba pasar por desapercibido.

“Death Row Mike,” escuché a alguien decir.

Se desvanecieron mis planes de pasar desapercibido.  Dándome la vuelta, vi a Woody.

Pasando por el proceso de orientación en Pleasant Valley, le perdí la pista a Woody y me consideré con suerte.

“Death Row Mike,” Easy me alcanzó en le patio. Midiendo seis pies con cinco pulgadas, y pesando aproximadamente 270 libras, él era el mandamás del billete de dólar.  Era un grupo de blancos, mayormente de Sacramento y Stockton, y se hacían tatuajes de billetes de dólar en sus manos.  Su lema era: “NOS PAGAN.”

Aun cuando era sumamente atlético y dominaba bien el juego de frontón, Easy caminaba con un renqueo, cortesía de una 9mm que le pegó a su rodilla.  Caminando hacia mí, dijo, “Tengo un negocio con Woody.  Dice que tú fuiste compañero de él en Salinas y que serías su aval en cuanto a ser hombre de palabra.”

Reinó el silencio durante un minuto o dos antes que yo contestara, “No avalo a nadie.”

“Solo tú y yo, Mike, nadie más está escuchando.”

“Woody se metió en problemas por deudas.”

“Escuché sobre ese incidente.  Woody dijo que estaba en una misión para los blancos y que se suponía que ellos pagarían la deuda.”

“¿Ah, sí? Nunca supe de una misión que tenía que ver con gritarle al guardia en la torre de control.”

“No, no,” interpuso Easy, “le dio a una culebra en el pasto.”

“Solo consiguió que lo disciplinaran.”

“¿Estás seguro?

“Sip.  Le habló fuertemente a un guardia y fue escoltado de allí.”

“Está bien.” Movía su cabeza hacia atrás y hacia delante, y después pareció llegar a una decisión. “Mantén esto entre tú y yo solamente.”

En los siguientes meses, Woody se estaba relacionando con los de los billetes de dólar.  Me imaginé que Woody tenía algo que ellos querían, sin duda, un contacto para drogas.  Esperé que pasara la demolición y repentinamente Woody ya no estaba más allí.

“Woody me amoló,” Easy se fue contra mí.

“Eso era predecible.”

“Me dijo que necesitaba una punta para arreglar un negocio.”

“¿No creías que Woody se atreviera a darle a alguien?” Intenté, pero fallé, mantener el tono de gusto fuera de mi voz.

“No, pensé que solo iba a mostrársela a alguien, asustarlos.  Y ciertamente se la enseño a alguien, la entregó al sargento, dio mi nombre, y fue encerrado.”

“¿Por qué dio tu nombre? Hay un montón de otros tipos que preferiría estuvieran enojados conmigo que tú.”

“Me quiere en su lista de enemigos, para que no seamos compañeros de nuevo. Esa rata bastarda me la debe.  Te equivocaste y la amolaste, Mike.”

“Te dije que no servía para nada.”

“Deberías haber insistido sobre esto.”

“Te dije lo que sabía.  ¿Quieres que la próxima vez invente algo?”

“No, no, todo lo que vale aquí es tu palabra.  Tienes razón.”

Vacilando, agregó, “Woody era dorado, durante un tiempo, cualquier hombre blanco que dice que necesita una punta la recibe.”  Encogiéndose de hombros, soltó la risa y dijo, “Yo no estoy encerrado, así que me imagino que ellos saben que es un mentiroso.  Todo está bien.”

“Fenomenal.” Empecé a alejarme. “Nos vemos, Easy.”

“Espera. Creo que me debes una.  Necesito que dejes que mi paisa Smiley se mude a tu casa.”

Mi compañero de celda se acababa de mudar con un hondero de tinta para que su pecho fuera acribillado con tatuajes, así que tenía un camastro vacío.

“Mi compañero de celda va a regresar después de completar sus tatuajes.”

“Recibe a Smiley hasta entonces.”

Yo no quería a Smiley.  Estaba en sus treintas, medía cinco pies con siete u ocho pulgadas y pesaba entre trescientos y cuatrocientos libras.  Tan ancho como era alto, un cubo.  Algunos de los peores tatuajes hechos en prisión cubrían su cara y cuerpo.  Mi único contacto con él, a la fecha, había sido cuando gritaba de una mesa a la otra en el comedor, “¿Te vas a comer eso?” “Sí,” le contestaba, aún si no lo quisiera comer.  Odio los malos modales.

Rastreo de comida era más que un pasatiempo para Smiley, era un aspecto primario de su sistema de creencias.  Él no lo veía como malos modales.  Vivir juntos sería un severo choque cultural.

“Easy, no creo que seríamos compatibles.”

“No es exactamente algo nuevo, nadie quiere vivir con Smiley.  Pero es mi paisa de Sacramento. Fuimos compañeros de cárcel en High Desert.  Simplemente hazme un favor y habla con él, ¿O.K.?”

Reacio, asentí.

“Tranquilo, mi dawg,” expresó con emoción Smiley, “Estuvimos encerrados 24/7 en High Desert.”

“Ese no es mi estilo de vida,” hice todo lo posible para que Smiley me rechazara. “No se permite ningún tipo de alcohol en la casa.  Si los polis lo descubren, tendré que pasearme contigo y no estoy listo para eso.”

“Yo aceptaré la culpa,” insistió Smiley.

“Una bolsa de vino es demasiado grande, los polis no creerán que no sé de qué se trata.”

“¿Y qué de substancias químicas?”

“Me imagino que si no me doy cuenta de ello, no me importa.  Estoy la mayor parte del día en la Oficina de Servicios y cuando estoy en casa estoy estudiando mis materias de universidad.  Necesito un compañero que pueda mantenerse callado.  ¿Puedes estar tranquilo?”

“No tengo aparatos eléctricos. ¿Puedo ver tu televisión?”
No es una desgracia estar económicamente quebrado.  Cuando yo estaba en San Quintín, pasé por un divorcio.  Le había dado control de mi cuenta de banco a mi pronto-por-ser-ex esposa, así que mientras estábamos en los trámites de divorcio, no tuve acceso a dinero por casi un año.  Tenía un radio, una televisión para llenar mis horas vacías, pero al pasar de los meses mis zapatos se desgastaron bastante.  Sin decirme, mis compañeros condenados al pabellón de la muerte se juntaron para mandarme zapatos nuevos. “Que bueno que conseguiste unos pateadores decentes,” mi amigo Bill, cuya madre había mandado los zapatos dijo, “eras una total vergüenza.”

“Tengo que ver los videos de la universidad en mi televisión,” le contesté a Smiley.  “Easy me pidió que platicara contigo, y ya lo hice.  Le diré mi decisión a él.”

“Definitivamente no somos compatibles,” se la aventé a Easy.

“Solo inténtalo durante un minuto.” Easy me dio una palmada sobre el hombro con su enorme mano. “Si no funciona, le buscaré otro lugar.”

“No tiene ningún aparato eléctrico.  Le conseguiré una televisión, pero sus paisas tienen que aportar.”

“Te tenemos a ti.  Smiley tiene un plan, Mike, él encontrará una taloneada.”

Tomando de mi valioso tiempo para mis estudios, estuve revisando algunas cajas para idiotas.  La primera podría haber conseguido gratuitamente, pero múltiples reparaciones parchadas significaban un incendio en espera de suceder.  Paso.  El segundo costaba treinta y cinco dólares y era una mejoría enorme, pero todos los botones se le habían caído, por lo tanto se usaba un lápiz para prenderla, apagarla, y cambiar los canales.  Tal vez.  La tercera costaba cincuenta dólares y estaba inmaculada.  El tipo que la vendía estaba por salir en libertad condicional y quería comida para dar un festín de despedida.  Me fui a la tienda de la prisión e hice un intercambio por el aparato.

“Súper,” Smiley dijo feliz cuando le entregué el aparato. “¿Me mudo contigo?”

Me encogí de hombros, encontré a Easy, y le pedí cuatro frascos de Folgers en pago de su parte.  Tomándolos de su estante, me los pasó.

“No le voy a pagar al empleado para que le mude sus cosas.”

“Drifter es un paisa.  Yo lo tengo,” Easy me aseguró.

Smiley se presentó a mi puerta con la televisión y muy pocas cosas adicionales, un par de bolsas de plástico grandes llenas de lo que parecía basura.

“¿Qué es eso?”

“Para sostener las cartas,” contestó y deslizó las bolsas debajo de la cama. “Tengo problemas en subirme a la cama superior de la litera. ¿Podrías cambiarte tu arriba?”

“Yo estoy viejo, y no me voy a hacer más joven. Tú estás gordo y puedes perder peso.”

Contrariado, colocó su televisión en la cama superior y se subió en su cama.
“¿Quieres café?” le pregunté.  Se alegró un poco.  Llenando mi olla eléctrica, le dije, “La puedes usar, pero tiene un corto circuito.  Cuando está conectada, no la muevas o causará un apagón.  Tenemos que tener cuidado hasta que llegue la nueva que ordené.”

“Mike,” dijo en forma sarcástica, “No sé usar una olla eléctrica.”

“Simplemente, ten cuidado.  No provoques un apagón.”

“No lo haré.  Ey, hace calor acá arriba, ¿puedes mover tu ventilador para que pueda tener más aire?”

“No.”

Smiley hizo pucheros pero no dijo nada y sorbió el café que le pasé.

Después de un rato, el tiempo de recreación en el salón de reunión fue convocada y salimos.  Mi dirigí hacia el teléfono.  Smiley se dirigió directamente al podio del oficial y empezó a cantar con el Oficial Fernandez. El hombre gordo botaba para arriba y para abajo como una pelota de playa.  Se estaban riendo.  Smiley era como un bufón de la corte.
En el teléfono, le dije a Rene acerca del peso de Smiley y su petición de aire.

“Si hace ejercicio, simplemente caminar aproximadamente veinte minutos al día, le mandaré un ventilador,” ofreció ella.

“Se lo haré saber.”

“¿René haría eso por mí?” Exclamó Smiley cuando estábamos de regreso en la celda.

“Solo si haces ejercicio.”

Acomodándome en mi cama, empecé a leer ciencias políticas.

“Mike, ¿en dónde están las sopas en la lista de compras de la tienda?”

“Allí,” apunté.

“¿Y el café?”

Colocando mi libro a un lado, le pregunte, “¿Sabes leer?”

“Un poco. Puedo deducir las cosas.”

Repasamos la lista completa, y Smiley tenía la capacidad de memorizar el lugar en que se localizaba cada artículo.  Sorprendente.

“Mi paisa, Risky, me está comprando una caja con sopas y un frasco de café.”

“Es bueno de su parte.” Empecé a abrir mi libro de nuevo.

“¿Qué estás leyendo?”

“La forma en que se escriben las leyes en Washington.”

Vacilante, dijo, “Sé que Washington se encuentra en algún lado en el norte, pero en ocasiones, en la televisión parece que está hasta el este.”

“El estado de Washington está en el norte.  Washington D.C. está en el este, es el capitolio de los Estados Unidos.”

“Lo he visto en el mapa de pronóstico del tiempo,” reconoció Smiley. “Pero, ¿por qué queda el capitolio hasta allá?  Sacramento es la capital de California y queda más o menos en medio. ¿Por qué no poner a Washington en medio?”

“Quedaba más o menos en medio cuando habían solo trece estados.  George Washington era de Viriginia y el capitolio queda cerca de su hogar, Mount Vernon.”

Smiley se veía confuso, pero no preguntó más.

“¿Que tan lejos llegaste en la escuela?”

“No muy lejos.  Mi papá era un motociclista, entrando y saliendo de prisión, así que vivimos en la Sección 8 habitacional en el gueto.  Yo era el único chico blanco en la escuela, así que seguido estaba en peleas.  Cuando llegué al séptimo grado, dejé de ir.”

“¿Qué hiciste?”

“Merodeaba por las calles, hurtaba, vendía drogas, y cuando tuve más edad, robé carros.  No fue hasta mi primer término en la cárcel que empecé a robar.  Mi papá murió en prisión a causa del SIDA con que se contagió de una aguja contaminada. Mi mamá se mudó de nuevo a Iowa.  Para entonces, yo estaba en prisión, pero cuando salí me fui para allá también.”

“¿Por qué regresaste?”

“Robé una tienda de licor. Los policías que me agarraron se dieron cuenta de que tenía una orden de arresto en California, así que no se tomaron el trabajo de ponerme cargo.  Se me envió de regreso en la primera cosa que fumaba [tren].  Todo por lo que me buscaba California era porque no me reporté con mi agente de libertad condicional, así que pagué 6 meses por violación, y volví a salir.  Pero mi mamá me dijo que no regresara a Iowa,” dijo con tristeza. “Me imagino que fue lo mejor. Probablemente me hubieran sentenciado por el asalto si hubiera regresado.”

“Está bien, Smiley.”

Me vino a la mente que con excepción de un viaje a Iowa, todo lo que conocía Smiley era unas cuantas cuadras del gueto de Sacramento y variados patios de la prisión.

Cuando yo llegué a Pleasant Valley, no tenían mi historial de educación, por lo que me colocaron en una clase de G.E.D. (Diploma para Educación General). ¿Cómo rayos se les pasó Smiley?
Acostado en su cama, Smiley deslizó sus manos bajo su grasa abdominal y desaparecieron de vista.  Hoyo negro.

Después de la cena, Smiley se separó para recoger sus medicamentos psiquiátricos. “En ocasiones caigo en depresión,” dijo.

Cuando me alcanzó, metió la mano bajo su panza y sacó una bolsa transparente llena de pastillas. “¿Es como mi caja de seguridad?” le dio palmaditas a su panza.

“Pensé que estaban triturando las pastillas.”

Easy consiguió que un sabueso legal en la biblioteca de leyes sometiera unos documentos para la corte.  Hasta ahora me han regresado las pastillas de morfina y neurontina.  No es legal triturar los medicamentos con tiempo de liberación.”

En la mañana, le hice una taza de café a Smiley y salí con un permiso de salida temprana para educación.

En el descanso matutino de la escuela, vi a Smiley corriendo en el patio.  “Dile a René,” gritó mientras pasaba volando.

Buen trabajo, Smiley, pensé y seguí con mis actividades del día.

Después de clases, regresé a casa, a una celda oscura.  Hubo un apagón.

“Risky me dejó las sopas y el café,” explicó Smiley, “Cuando intenté usar la olla eléctrica, se fue la luz.”

Los guardias no vuelven a poner el interruptor a solo que uno entregue el electrodoméstico fallo, así que tomé la pasta de dientes de mi estante, una que compré de Boxer y quemé un calentador hechizo.  Después que lo entregué en el podio del oficial, el Oficial Fernandez fue a nuestra celda y subió el interruptor.

“Gracias, Fernie,” escuché a Smiley decir, “mi compañero está haciendo de las suyas.” Se rieron juntos.

Retirándome en silencio, me dirigí a las regaderas e intenté bajar los humos.

“Mira,” le dije a Smiley cuando estábamos de regreso en la celda, “te dije que la olla eléctrica…”

“He estado en la cárcel durante mucho tiempo,” Smiley me interrumpió. “No necesito escuela.”

Casi volviéndome nuclear, noté por primera ocasión sus ojos vidriosos.  Rápidamente rastreando la celda con la mirada noté en la orilla de su cama residuos de pastillas que había triturado para esnifar [meter por su nariz].

“Claro, tienes razón,” le dije en forma golpeada, “no hay razón de educar a un pastillero.  De ahora en adelante, no toques mis cosas o vamos a tener problemas.”

“Tengo mis propias cosas en camino,” replicó Smiley en forma críptica.

Después de la cena, nuestra reja de celda se abrió.  Smiley pareció estar esperando esto y salió rápidamente. Viendo hacia fuera, observé al Oficial Fernandez abrir la oficina de los guardias y a Smiley entrar y empezar a limpiar.

“¿Qué demonios?” Decidiendo considerarme bendecido de que estaba fuera de mi celda, empecé a estudiar.

“Mike,” Smiley estaba a la puerta. “Necesito pedir prestado un CD.”

“No.”

“No es para mí.  Fernie tiene una grabadora en la oficina y vamos a usarla.”

Le entregué mi CD menos favorito.

“Ese no,” protestó Smile. “Fernie quiere escuchar tu CD de Led Zeppelin.”

“¿Cómo demonios sabe que tengo un CD de Led Zeppelin?” le pregunté abruptamente.

“Este,” tartamudeó Smiley, “no se lo tienes que prestar.”

“Ah, claro, él puede venir aquí y llevarse todo lo que me pertenece.  ¡Toma!” le aventé a Smiley el poderoso Led Zep. “¡No regreses a casa sin él!”

Smiley regresó después de unas pocas horas con el CD y una olla eléctrica y un ventilador.

“¿De dónde sacaste los electrodomésticos?”

“Del baño del personal.  Tienen todo tipo de cosas allí que han confiscado.”

Aparentemente, limpiar la oficina de los guardias y el baño del personal le provocó hambre a Smiley.  Cocinó cuatro sopas de Ramen Noodles y después se comió dos más en crudo antes de irse a la cama.

Ya que tenía su propio ventilador, Smiley dejó de caminar y pareció ponerse más gordo día a día.  Cuando llegaba a casa de la Escuela, él estaba escribiendo cartas, aparentemente copiadas de un templete de carta que había conseguido en algún lugar y las mandaba cada noche.  La mayoría de sus cartas se regresaban con un letrero de NO ENTREGABLES, pero cuando sí recibía respuesta, rápidamente se la llevaba a Easy y conferenciaban en ocasiones durante horas.

Después de la cena, Smiley se iba a la línea para recibir medicamentos y regresaba a casa con pastillas, en ocasiones, varias bolsas escondidas bajo la gordura de su panza.  Las noches que trabajaba el Oficial Fernández, Smiley se dirigía hacia él y regresaba la mayor parte de las noches con electrodomésticos tales como ventiladores, radios, televisiones, ollas eléctricas, y en una ocasión una máquina para escribir.  Yo no tenía problema con eso ya que podía estudiar en paz.

“¿A dónde llevas todos esos electrodomésticos?” le preguntaba.  Para cuando regresaba a la casa de la escuela al siguiente día, ya no estaban.

Smiley pasó por todas las cien celdas en nuestro edificio, nombrando los prisioneros en cada celda, qué electrodomésticos tenían dentro de la celda y qué cosas tendrían interés en comprar.  Yo estaba asombrado.  Sin duda que hubiera sido un gran vendedor de autos usados, especialmente ya que tenía una singular falta de ética.  Alguien se contactó con Smiley sobre el deseo de un tipo específico de radio.  Encontró uno en una de las celdas y le pidió a Fernandez que lo confiscara.

“¿Estás loco?” le pregunté a Smiley. “El radio es todo lo que este tipo tenía en el mundo.  No solamente está mal, sino que puede metérsele en la cabeza apuñalarte.”

“Él no sabe que yo lo tengo.  Ya se vendió y salió,” Smiley dijo como si nada.

Cuando Smiley estaba haciendo sus rondas buscando producto y clientes, en ocasiones el oficial de la torre de control le decía que se regresara a casa.  Con un gran movimiento de brazos y piernas, hacía parecer como si estuviera obedeciendo, pero realmente no se movía.  Cuando la atención del oficial se dirigía a otro lado, él continuaba haciendo sus rondas.

Drifter y Risky se acercaron a Smiley. “Quiero el radio digital que recibiste anoche,” dijo Risky, “pero diez dólares es mucho.  ¿Qué te parecen seis?”

“El precio es diez.” Smiley se mantuvo firme.

“Risky te ha estado comprando sopas y café cada mes,” discutió Drifter.

“Es tu paisa.  Necesitas darle un descuento.”

“Necesito respetar mi negocio.”

“Los electrodomésticos que los polis confiscan son mi movida,” replicó cortante Drifter, empezando a enojarse. “Yo soy el maldito encargado del edificio.  Solo te lo permito porque eres un paisa.”

“Voy por Easy,” amenazó Smiley y se fue.

“¿Cuál es el asunto entre Easy y Smiley?” me pregunté.

“A Smiley no lo pueden esculcar,” ofreció Drifter y Risky asintió.

“¿Qué?”

“Si Smiley recoge droga en el Cuarto de Visitas, tiene tantos dobleces en su grasa que es inesculcable. Easy y Smiley tenían un negocio con una mula [transportador de drogas ilegales] en High Desert.  Lo estaban llevando a cabo.”

“Smiley no ha recibido visitas en este lugar.”

“Smiley salió en libertad condicional y en el transcurso de veinticuatro horas ahorcó a la mula.  Esa es la razón por la que cayó en este lugar.  Ahora necesitan encontrar una nueva conexión para su negocio.”

“Así que, ¿a eso se deben todas esas cartas?”
“Sí, Smiley ha estado escribiendo a cada casa de drogas ilegales en el vecindario, buscando a una prostituta de drogas con un record lo suficientemente limpio para que la aprueben para visitas.  Una vez que encuentren una, podrán seguir con su negocio.”

“¿Y cuál es la situación con Smiley y Fernandez? ¿Él está involucrado?”

“No,” negó Drifter. “A los guardias les divierten los tontos, y Smiley actúa como uno para ellos.”

Easy se acercó junto con Smiley. “¿Cuál es el problema?”

“Ningún problema,” hicieron eco Risky y Drifter.  Smiley observó con una sonrisa de triunfo.

Al paso de los días, Smiley se puso más y más loco, cargado con Pharma Bliss [droga].  Frecuentemente, llegaba a casa y él estaba sentado en la celda, desnudo, y con las luces apagadas, mirándo fijamente hacia algo que solo él podía ver.  Perturbador.

“Voy a traer a un hondero de tinta a la casa este sábado,” me informó Smiley, “me van a poner un tatuaje de un billete de dólar.”

“Ve a su casa.”

“No te estoy pidiendo permiso, te estoy diciendo.”

“Y yo te digo que no.”

“Le voy a decir a Easy.”

“Yo se lo digo.”

Alcancé a Easy y le informé que no estaba funcionando, que necesitaba buscar otro lugar para Smiley.

“¿Qué pasa ahora?” preguntó con un profundo suspiro.

“No me gusta mucho la idea de las pastillas, pero…”

“¿Cuáles pastillas?”

Repasé la historia de un Smiley desnudo, drogado, en una celda oscura.

Con la cara apretada debido al enojo, Easy le ordenó a Risky encontrar a Smiley.

“¡Te dije que te mantuvieras limpio hasta que encontraras una mula!” Easy pegó su cara contra la de Smiley.

“Estoy limpio,” mintió Smiley.

“Te apuesto que tiene pastillas escondidas en su panza”, agregué. “Tal vez las podamos encontrar allí, tal vez no, pero revisa la orilla de su cama.  Tiene una capa apelmazada de pastillas trituradas, ya que es tan flojo para limpiar.”

“Tú trituraste las pastillas,” dijo Smiley con desesperación.

Moví mi cabeza en negación, e Easy dijo, “Todos saben que Mike no usa pastillas.  Es por eso que te puse con él.”

Voltéandome a ver, Easy dijo, “Lo tengo bajo control, Mike.” Me alejé de allí.

Un regañado Smiley llegó a casa.  “Easy me dijo que estuve mal y que ya no tendrá nada que ver conmigo si vuelvo a mentirle. ¿Por qué me echaste de cabeza?”

“No tendrías que preocuparte si no le mintieras a tus paisas.  No vas a traer a nadie a esta casa el sábado, ni ningún otro día. ¿Me entiendes?”

Con la vista al piso, Smiley asintió con la cabeza.

Evil me buscó en la escuela.  “Tu compañero de celda no ha estado pagando su papel con cincuenta dólares de heroína.  Yo sé que no estabas allí cuando el acuerdo se cayó, pero estarás allí cuando los vatos locos lleguen a tu casa a cobrar.”

Súper. Smiley ha estado en negocio grande.  “Gracias por el aviso, Evil.  Evita que los vatos locos entren en mi celda y yo regresaré a ti con una parte para mañana.”

“¿Vas a apropiarte de la deuda?”

“Para nada.” Negué con la cabeza.  “Smiley pagará o lo arrastraré hacia el patio lentamente y le daré a los vatos locos puerta abierta para atacar a mi compañero de celda.”

“Mañana.”

Entrando a mi casa, empujé a Smiley. “¡Paga tu deuda de heroína ahora mismo!”

“Necesito tiempo.”

“¡Vende tu televisión, habla con Fernandez para conseguir una grabadora, pide prestado de tus paisas.  Paga tu deuda y empieza a buscar una nueva celda!”

“A nadie le gusta vivir conmigo,” Smiley dijo con entonación de mucha tristeza.

“¿A poco?  Paga la deuda o te van a pasar cosas verdaderamente malas.”

“Lo arreglaré esta noche.  Solo no le digas a Easy.”

“Si no oigo mañana en la mañana que la deuda ha sido pagada, voy a darles a los vatos locos un pase gratuito dentro de la casa para cobrarse y le voy a decir a Easy que te estás enfermando en vez de buscar solución al negocio.”

“¡Estoy solucionando el negocio!”

“¿Entonces, dónde está tu contacto? Me imagino que sería más fácil encontrar uno si no los ahorcaras.”

La boca de Smiley se abrió en sorpresa, dándose cuenta de que yo sabía que su único punto a favor con los del Billete de Dólar era que era inesculcable, un talento que no sirve de nada si no hubiera una mula que se le acercara.

Smiley se alejó rápidamente cuando Fernandez lo dejó salir en la noche, e Evil confirmó a la siguiente mañana que había pagado la deuda.  Pero yo simplemente quería que se fuera.

Mi amigo John, con quien compartía computadora en la escuela, se apareció a clases con un tatuaje de billete de dólar en su mano.

“Siempre pensé que tenías una cabeza cuerda sobre tus hombros,” le dije, “¿Por qué te unirías a los del Billete de Dólar?”

Viéndose avergonzado, simplemente se encogió de hombros.

“¿Estás limpio?” Easy le preguntó a Smiley a la puerta de nuestra celda aproximadamente una semana después.

“Sí, sí,” asintió con su cabeza efusivamente, “Te dije que me mantendría limpio hasta que consiguiera una conexión.  El negocio está en primer lugar.”

“Llena esto.” Easy pasó un frasco para muestra de orina bajo nuestra puerta. “Estoy en la lista de prueba al azar para drogas hoy.  Necesito una muestra limpia.”

Pasó un mes y Smiley había escrito carta tras carta, pero aún no había seducido a la estrella de rock, alguna nena en necesidad de dinero, la cual haría lo que fuera para conseguir cocaína en piedra para servir como mula para los del Billete de Dólar.

“Deprimido,” refunfuñaba y escarbaba a través de su bolsa de cartas, frenéticamente buscando el papel correcto que lo llevaría al tesoro.

Más y más loco por las substancias químicas, descompensándose, su rutina cómica se desvaneció.  El Oficial Fernandez dejó de estarlo cuidando.  Aun usando droga, a pesar de sus promesas a Easy, su dinero empezó a desvanecer.  Los tiburones lo circulaban pidiendo el pago por el Pharma Bliss que le habían dado por adelantado.  No iba a esperar el inevitable choque de tren.

“Smiley está hecho un manojo de nervios. Está en deuda con la escoria.  Lo quiero fuera,” se la puse a Easy.

“Estoy tratando este asunto con él,” me aseguró Easy.
“Bien. Le diré que empaque sus cosas.”

“¡No lo hagas!” Easy me tomó del brazo. “Si lo sacas, hará una tontería.”

“No importa.”

Su mano apretando mi brazo con más fuerza. “Necesitas escucharme y quedarte bien quieto.  Aún las mulas no hacen acuerdos con el ahorcador Smiley.  Es negocio malo.”

“Entonces, deshazte de él.”

“No.  El reporte del laboratorio llegó.  La orina que me dio estaba sucia.  Recibí un reporte de violación de las reglas, y voy a perder mis visitas durante un año y voy a tener que pasar por examen mensual para drogas mandatorio.  Le dije que si me volvía a mentir, estaría terminado.  Le voy a cortar su cara para que me recuerde cada vez que se vea en el espejo. ¿Me entiendes?”

“Te entiendo, Easy.”

Smiley se había estado bronceando en el sol de Easy durante mucho tiempo y si ahora se quemaba, que así fuera.

Dando corriendo vueltas durante el descanso de la escuela, tres Billetes de Dólar asaltaron a un muchacho blanco al azar.  No tenía idea del por qué de la golpiza.

Arrastrando a los tres Billetes de Dólar, los guardias se fueron a buscar más.  Cada mano blanca fue revisada para ver si tenían el tatuaje del billete de dólar, y cualquiera que hallaban los mandaban al hoyo.  Easy fue escoltado por dos guardias, seguido por Risky, Drifter, John, cuya mano aún estaba sanando del tatuaje del billete de dólar; todo el equipo se fue.

Después de una hora más o menos, los que nos echamos al piso en el patio pudimos levantarnos e irnos a casa.  Smiley no estaba allí.  Me imagine que lo habían llevado en la barrida y respiré libremente por vez primera en mucho tiempo.

La puerta se abrió.  Smiley entró y brincó sobre mí mientras estaba acostado en mi camastro.  “El no recibir el tatuaje en mi mano me salvó.  Gracias a ti, Mike,” exclamó y me abrazó.  Aunque estaba agradecido que estuviera usando ropa, su peso me comprimió y sofocó.

“Quítate de encima de mí, Smiley.”

Radiante, se levantó y rebotó alrededor de la celda.

La puerta de nuestra celda se volvió a abrir, asomándose el Oficial Fernández. “¿Vas a ir con tus paisas?” le preguntó a Smiley.

“Ni siquiera conozco a esos tipos.”

Después de que se cerró la puerta, le pregunté en forma seria, “La orina de Easy regresó sucia y él iba a cortarte la cara.  Todos lo sabían menos tú.  Sabes que estoy diciendo la verdad porque sabes que estabas sucio cuando le diste a Easy la muestra de orina y mentiste al decirle que estabas limpio.  ¿Existen algunos otros del Billete de Dólar que no tienen tatuaje?  Parece que aún hay posibilidad que alguien pueda cortarte la cara, Smiley.”

El temor se proyectó, Smiley rápidamente se dirigió a la puerta, detuvo a Fernández y se alejó.

-El Fin-

Michael Wayne Hunter C83600
Pleasant Valley State Prison
P.O. Box 8500, A-5-206
Coalinga, CA 93210



© Copyright 2012 por Michael Wayne Hunter. Todos los derechos reservados.

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