Friday, August 19, 2011

Primera Semana

Escrito por Michael Wayne Hunter

En un camión gris del departamento correccional, manos y pies encadenados, se me había ordenado sentarme justo en frente del oficial con la pistola.  Soy un ex Prisionero del Pabellón de la Muerte de San Quintín, por lo tanto les gusta mantenerme bien vigilado.  El ganso gris viajaba con paso seguro al sur en la carretera 101, alejándose de la Prisión Salinas Valley, en donde había pasado los últimos dos años, hacia la Prisión Pleasant Valley.  Solo hasta que  dimos vuelta al Este y llegamos a la cima de la sierra costeña costeando hacia abajo al valle central, fue cuando me pude relajar, seguro en ese momento que ni aunque se descompusiera el camión me mandarían de regreso a la zona de guerra de Salinas, habiendo una buena cantidad de homicidios durante mi tiempo allí.

Bajándome del camión, desencadenado, se me ordeno ir a la oficina del Teniente.

“¿Qué hace un prisionero del pabellón de la muerte en este lugar?” preguntó con curiosidad.

Le expliqué que la Corte Federal había ordenado un nuevo juicio en donde había recibido cadena perpetua y después una transferencia del Pabellón de la Muerte de San Quintín a Salinas.  Aproximadamente un mes atrás me habían escoltado de mi celda.  El Sargento de Programas me había dicho que mi compañero de celda, el asistente del capitán, estaba en la lista negra, un blanco del grupo de hombres blancos buenos para matarlo. Yo podía firmar un documento que condonaría toda responsabilidad sobre el Departamento Correccional  si igualmente me llegara a alcanzar la violencia, o escoger ser transferido.  Preferí transferir.

“No queremos ningún problema aquí.”

“Bien,” le contesté al teniente.

Encerrado en una celda de espera, un guardia de recepción dijo que estaríamos alojados con un prisionero de nuestra propia raza que venían en el camión en que llegamos.  Yo conocía a tres de los muchachos en mi camión.  En Salinas, todos se habían entregado a los guardias diciendo que tenían inquietud por su seguridad, específicamente siendo que habían acumulado deudas de drogas que no podían pagar.  Buscar un toque fue todo lo que existía en sus desalmados universos de drogas.

Eventualmente se nos encadenó y marchamos a la unidad habitacional.  Pasamos por un invernadero, viendo a prisioneros plantando, aprendiendo a diseñar jardines.  Más allá del invernadero se encontraba un jardín enorme, con aproximadamente un acre de pasto con una cancha de softbol y redes de futbol.  En el perímetro se encontraba una pared para frontenis de mano, canchas de volibol y basquetbol.  Me sorprendí al ver a blancos jugando pelota con negros e hispanos.  Tal vez este jardín no tiene problemas.  Nuestros guardias nos quitaron las cadenas y nos señalaron a entrar la unidad habitacional.

Ordenados a sentarnos en las bancas de madera, nos dieron el discurso de “Este jardín es nuestro, no de ustedes,” uno que había escuchado unas cuantas veces, unas cuantas miles de veces, en mis más de veinte años de estar enjaulado, y que estaríamos confinados a nuestras celdas hasta que compareciéramos ante el comité de clasificación.

Cuando mi nombre fue llamado para asignarme una celda, jalé mi propiedad de un carrito y me dirigí hacia la puerta que se abría electrónicamente desde una torre de control.  Nadie de mi camión vino conmigo. ¡Qué bueno! Tranquilamente solo.  ¿Cuánto hace que esta celda está vacía? Mis ojos descubrieron telarañas cubriendo la pared trasera.  Quitando las telarañas, parecían viejas, abandonadas.  Usando una toalla húmeda, limpié las literas de metal, los armarios y el techo, paredes, y finalmente, el piso.  Mientras hacía esto, revisé, buscando partes de metal faltantes cortados de los armarios o literas.  Si los guardias encuentran metal faltante durante una revisión, yo seré acusado de tener armas y lanzado y olvidado en el hoyo por lo menos durante un año.  Inspeccioné los tornillos de seguridad en el dispositivo de iluminación.  No vi ninguno rayado lo cual indicaría que habían sido abiertos o alterados.  Llenando mi olla eléctrica, la conecté y acomodé mi televisión y radio antes de doblar y acomodar mi ropa en el armario y tender la cama inferior de la litera.  Acomodado, tomé pequeños sorbos de cafeína, escuchando rock alternativo que provenía de Fresno mientras que escribía mi carta diaria a René.  Ella ha estado conmigo desde San Quintín y durante Salinas.  Ella me fascina.  Entregando la carta al guardia durante la hora de llamado de lista, me puse debajo de las cobijas y me desvanecí.  Los rayos solares entrando a raudales por mi ventana angosta en la pared por arriba de mi cabeza golpearon mis ojos.  Parpadeando una o dos veces, mis ojos se enfocaron sobre una nueva y brillante telaraña, hilos minuciosamente tejidos que doblaban la luz, esparciendo el espectro visible de un rojo a un violeta.  Era hermoso, pero probablemente peligroso.  Una araña desconocida había estado hilando seda resplandeciente durante la noche a solo unas pulgadas de mi cara.  Jale la telaraña y busqué la araña, pero encontré nada.

Pasando una charola de desayuno dentro de mi celda, un guardia me dijo que estaba programado para presentarme ante el comité de clasificación a media mañana.  Sentado en una silla afuera de la oficina del comité, pensé sobre mi asignación.  El invernadero parecía un buen lugar, pero siendo uno con cadena perpetua sin posibilidad de libertad condicional, las posibilidades de una asignación con entrenamiento vocacional era casi nulo.  Pensé que pediría ser un asistente de oficina.  El capitán tiene un asistente, al igual que los tenientes, sargentos, cada unidad habitacional, la biblioteca, la tienda, lavandería, cocina y área educativa.  Los asistentes tienen la mayor libertad de movimiento y reciben salario en el rango de quince a treinta y siete centavos la hora, aunque cualquier multa impuesta por la corte es deducida del pago.  Mis habilidades mecanográficas son buenas.  Esperaba me dieran una oportunidad.

El capitán era el presidente de clasificación.  Estaba acompañado por un consejero y representantes de Salud Mental y Educación.  El consejero le dijo al capitán que yo no tenía ningún enemigo documentado en el patio.  Tenía historia de comportamiento violento, pero que el último incidente había sido en 1991 y mi record limpio desde ese tiempo no merecía puntos disciplinarios.  El de salud mental dijo que no tenía problemas.  Educación dijo lo mismo.  Mi archivo de prisión no tenía record de mi historial de educación.  No podía ser asignado un trabajo sin documentación de un diploma de preparatoria o un G.E.D [Desarrollo General Educativo].  Momentos más tarde se me asignó al G.E.D., no como asistente, sino como un estudiante de 45 años de edad.

Regresando a mi celda le pregunté a mi oficial de piso, “Acabo de transferir ayer.  ¿Hay alguna posibilidad de efectuar una llamada?”

Consultando su tabla sujetapapeles dijo, “Está disponible el teléfono numero tres.  De ahora en adelante anótate la noche anterior.”

“Está bien.  Gracias.”
Le hablé a René a su casa.  Si no está allí, la llamada se transfiere a su teléfono celular.  Al paso de los años solo no he podido hacer conexión en  unas cuantas ocasiones.  René habla rápidamente en una voz velada; me tomó un buen tiempo antes que pudiera entender más que una que otra palabra.  René aceptó la llamada y dijo que sabía que estaba en la Prisión de Valley Pleasant.  No supe cómo se dio cuenta porque siguió diciéndome que ya había programado una visita para el sábado.  Con demasiada rapidez, los quince minutos permitidos llegaron a su fin y el teléfono cortó la conexión.

Sonriendo, sintiéndome feliz y contento ahora que había hecho contacto con René, me dirigí a mi celda pero noté que la puerta que daba al jardín estaba abierta.  Nadie parecía estar observándome, por lo tanto, salí.  Deteniéndome, inspeccioné el jardín.  En su mayoría estaba vacía por lo tanto sospeché que no era hora de salir.  Caminando por el perímetro, tenía lista la excusa de “soy nuevo y no sabía” mientras que continuaba mi búsqueda y encontré el salón de visitas y el de educación.  Pasé por la capilla, lavandería, biblioteca, tienda, comedor y las unidades habitacionales.  Me tomó como 5 minutos  completar el círculo de regreso a mi unidad habitacional.

Al ir caminando a mi celda, el oficial de piso preguntó, “¿Dónde has estado?”
“Usted dijo que podía usar el teléfono,” hice sonar una verdad selectiva.
“¿Terminaste?”
Asentí con la cabeza.
“A casa, entonces.”

Ahora que había sido llevado a clasificación, ya no tenía que estar confinado a mi celda.  Aproximadamente a  las 5:30, mi puerta se abrió para dar salida al comedor.  Llevando mi tuchara [tenedor/cuchara], mi taza, y mi tarjetón de identificación, salí con cautela.  Habiendo estado encerrado desde 1982, nunca había tomado mis alimentos en el comedor.  Los prisioneros del Pabellón de la Muerte son alimentados dentro de su celda, y las pocas ocasiones en que intentaron usar un comedor en Salinas, tuvo un mal final.  Solo habían salido unas cuantas celdas de prisioneros antes que alguien fuera apuñalado.  Con recelo, siguiendo la línea de los prisioneros, noté que iban platicando y bromeando.  Relajándome un poco, seguí a los prisioneros, tomé una charola y me senté a una mesa de acero inoxidable para cuatro personas.  Dos jóvenes hispanos se unieron a mí y empezaron a discutir acaloradamente sobre un trato de vino que no había salido bien.  Sin estar seguro de cómo terminaría todo esto, mis ojos encontraron al oficial con pistola en su puesto y pensé a dónde iría si estallaba la violencia.  La disputa fue sobre una ley simple de contrato.  Flaco le había comprado naranjas y miel a un trabajador de la cocina y se lo dio a Chato para fabricar Pruno. La fermentación alcohólica toma de tres a cuatro días y los guardias habían encontrado el vino y lo habían vaciado.

“Me debes dos litros,” gruñó Flaco
“Los cuicos descubrieron la producción,” respondió Chato. “Estamos vacíos. Dile a él G.O. (gangster original),” señaló hacia mí.
“No, tú dile,” Flaco contrarió.
“Ustedes tendrán que decidir sobre esta situación, no yo.” Dije en voz baja, con cautela. “Yo lo único que hago es platicar.  Esto no significa nada, ¿verdad?”
Ambos asintieron con la cabeza.
“¿Qué tan grande era la producción?”
“De un galón,” contestó Chato.
“¿Así que iban medias en las ganancias?”
Flaco asintió con la cabeza.
“¿Cuánto les costaron las naranjas y la miel?”
“Cinco dólares.”
“¿El litro cuesta ocho?”
“No. Diez.”
“Tú no eras un cliente,” le di la mala noticia a Flaco, “eras un inversionista.  Se amoló la producción así que tus dos litros se fueron al caño.”
“Sin mis cinco para los ingredientes no habría ninguna producción,” argumentó Flaco.
“Claro,” estuve de acuerdo, “Eso es lo que te hace un inversionista. Tú pusiste el dinero para la mitad de la producción, pero se perdió así que tienes la mitad de nada. Ahora, si hubieras pagado veinte desde el principio para pagar los dos litros, serías un cliente.  Se te deberían tus dos litros o tu dinero.
“Eso es lo que te he estado diciendo,” Chato volvió a entrar en la discusión.
“Simplemente vuelvan a juntarse para hacer otra producción,” sugerí. “Quemen el vino para hacer whiskey y puedan recibir veinte dólares por un vaso grande y cuarenta por un litro.”
“¿Quemarlo?” preguntó Flaco.
“Envuelves una jarra de vino dentro de una bolsa de plástico para basura,” entrenó Chato, “y después dejas caer un cable eléctrico pelado y conectado dentro del vino y dejas que hierva.  El vapor es está formado por lo menos de cincuenta por ciento de alcohol; sube y llena la bolsa.  El vapor se condensa a y forma  líquido, corre por el interior de la bolsa, se concentra y tu lo colectas. Relámpago blanco.”
“Hagamos eso,” se rió feliz Flaco.
“No podemos,” bostezó Flaco. “Huele. Los cuicos dan sus vueltas en este lugar.”
“¿Aún a las 2 a.m.?” pregunté.
“Sí,” contestó Chato y Flaco asintió.

Los dos volvieron a platicar, ya no acaloradamente,  haciendo cuentas del dinero perdido y cómo lo podían recuperar o mejorar.  Mi hábito de drogas/alcohol llegó a su fin hace más de una década, pero en Salinas fabriqué vino y lo destilé para hacer Whiskey justo en frente de los guardias.  Salinas era una zona de guerra.  Los guardias sabían que estaba cocinando para los buenos hombres blancos, el grupo de blancos, y no querían enfrentarse al problema que se suscitaría si descubrieran y tiraran la producción.  Parece que Pleasant Valley era una historia diferente.

Observando con especulación a las mesas de rufianes que me rodeaban, intenté buscar un compañero de celda prospecto.  Alguien que podía invitar antes que los guardias asignaran un compañero al azar, pero las selecciones eran escasas/sombrías.  Nuestra mesa recibió instrucciones de partir y me fui a casa.  Pensando en dormir, mi puerta se abrió y apareció un cabeza rasurada de veinte y tantos años de edad, cráneo tapizado con swastikas, mi nuevo compañero de celda.

“Mike.” Estrechando, lo saludé de mano.
“Demon.” [Demonio]

Llenando el armario con sus pertenencias, Demon me explicó que no era uno de los del camión.  Acababan de sacarlo del hoyo después de estar encerrado por “darle caña” a alguien.

“¿Le sirvió de algo?”
“Probablemente no.” Demon soltó una sonrisa natural, simpática.

Con un movimiento que parecía ser sin esfuerzo, Demon levitó hacia la cama superior de la litera.  Buscando en su armario, abrió una bolsa de papas, masticamos, platicamos, mientras escuchábamos rock.  Demon  planeaba compartir la celda de Turtle [Tortuga], un cabeza rasurada del mismo grupo, por lo tanto, estaríamos juntos solo por un momento.
En la mañana, la telaraña había regresado.  Buscamos, pero no podíamos encontrar a la araña, pero Demon encontró un piquete de araña en su rodilla.

“Es mejor que vayas a la enfermería.”
“No.” Demon hizo caso omiso a mi comentario y se volvió a meter en la cama.

“Salida para Educación,” se anunció sobre el sistema de altavoz público del edificio.  Fui a desayunar, tome una bolsa con lonche y me reporté a educación.  Tomando mi boleto de asignaciones, el Oficial Cope, el oficial de educación me señaló hacia un salón de clases.

El maestro, el Sr. Rey, usaba su pelo largo recogido en una cola de caballo.  Probablemente diez años menor que yo, sospeché que era un sobreviviente de los ´60s.  Dándome una lista de diez palabras, el Sr. Rey me dijo que las buscara en un diccionario y anotara sus definiciones.

“Está bromeando.”
“¡¿Vas a ser un problema?! Dijo enojado el Sr. Rey. “Haré que te lleven y te entierren entre reportes de violación a las reglas.  Haré que te encierren tan profundo en el hoyo que nunca jamás verás la luz del sol.  Ponme a prueba y sabrás como soy.”

Fijando mi mirada en sus ojos con pupilas como la punta de un alfiler, claramente señal de automedicación de largo término, respondí con suavidad, “No quiero causar problemas. Pero ¿Cómo es que copiar del diccionario me va a preparar para mi diploma de GED?”

“¿Qué demonios eres? ¿Un maldito abogado?”

Encogiéndome de hombros, me di la vuelta, todos mis sueños de intentar cambiarme de ser estudiante de educación a un asistente se desvanecieron.

“Death Row Mike [Mike del Pabellón de la Muerte].”
Volteándome vi un cabeza roja de más de seis pies de altura. “Stone Cold[Helado]”  contesté en reconocimiento, y me senté junto a él.

Yo conocí a Stone Cold en Salinas.  Estando trabajando en la lavandería, fue asaltado por MS-13 [Mara Salvatrucha].  Dos Salvadoreños se avalanzaron hacia él.  Después de darles una paliza, lo habían mandado al hoyo por causar lesiones. Es el primer incidente que conozco de lesiones en pleito de dos a uno, en donde el uno fue culpado con cometer un caos en los dos.

“¿Qué haces aquí?” me preguntó.
“Mi compañero de celda estaba en la lista negra.  Me rehusé en firmar y me transfirieron. ¿y tú?”
“Violé la regla de no peleas con puños.”
En Salinas, los buenos hombres blancos tenían una regla de no pelear con puños.  Tenias que usar una punta con intento malvado.  Cualquier cosa menor que esa, y te ponían en la lista negra.

“Fuiste atacado. ¿Qué se suponía debías hacer? “¿Pedir tiempo fuera e ir por una punta?”
“Yo creo.” Stone Cold sonrió a medias, “o hacerme bolita y dejar que brincaran sobre mí hasta quedar inconsciente.”
“Qué loco.”
“Edge me dijo cuando me metieron en el hoyo que él tenía alguien a quien yo podía apuñalar para limpiar la violación.  Pero tengo una esposa, hijos y una fecha para libertad condicional.  No iba a apuñalar a alguien para que me dieran cadena perpetua.  Rechacé la oferta y me pusieron en la lista negra.”
“Edge tiene cadena perpetua, y simplemente quería dañarte a ti también.  La miseria ama la compañía.”
“¿Estás tú en la lista negra?”
“Probablemente.  El capitán me puso en el estatus de celda solitaria cuando estuve en el hoyo.  Edge quería que firmara y pidiera un compañero de celda.  Me rehusé.  Edge no insistió.  Dijo que todo estaba bien.”
“Te estaba meciendo para que durmieras,” soltó la carcajada Cold Stone.
“Sí. Creo que el compañero de celda que me hubiera mandado Edge me hubiera dado un garrotazo mientras dormía.”
“Puede ser que tú eras el blanco que Edge quería que yo apuñalara,” dijo Stone Cold.
“Pónganse a trabajar,” gruño el Sr. Rey.

Nos callamos, pero no copié las definiciones.  Le escribí a René.

La hora de lonche se llevó a cabo en el jardín.  Un pleito a puñetazos se soltó en la cancha de balonmano, dos blancos haciendo llover golpes.  Alarmas. “Siéntate,” me avisó Stone Cold y nos doblamos sobre el pasto, “Nosotros no hacemos sonar las alarmas en este lugar.”

En Salinas, si los hombres blancos hacían sonar una alarma, salías a respaldar a los buenos hombres blancos.  Si te sentabas antes de que los manda-más dieran su señal de sentarse, eras puesto en la lista negra.  Era una lista negra enorme.

Los guardias rodearon la cancha de balonmano y cubrieron a los combatientes de spray lacrimógeno. (spray pimienta).  Con los ojos lagrimosos, tosiendo, dejaron de pelear y se pusieron en posición prona.  Esposados, incandescentes en color naranja, los retiraron a sus jaulas.  Final de la alarma.

“Violaron la regla de pelea a puñetazos,” bromeé con Stone Cold. “Se unieron contigo en la lista negra.”
“Aquí no hay reglas.  Existe mucha más violencia, pero es menor en intensidad.  Casi nadie muere.”
“Retirada de Educación,” se oyó en el sistema de altavoz público del jardín.

En los escritorios estaban copias de un memo de parte del Sr. Rey, repartiendo una docena de cargos hacia la clase incluyendo robo de un cable coaxial y alguien que escupió sobre su computadora. Perturbador.

“¡¿Qué demonios tienes que decir?!” el Sr. Rey, aparentemente al azar, apuntó su dedo hacia un prisionero hispano joven, que había estado dibujando patrones de tatuajes.
“¿Qué? Nada.” Respondió el joven.  No parecía que él haya leído el memo.
“¡Jugando conmigo!”dijo el Sr. Rey golpeando su escritorio.  “Te meteré en serios problemas.”
“Tengo sentencia de tres cadenas perpetuas. Póngase en fila.”
“¡Sal de aquí, inmediatamente!” dijo el Sr. Rey cortando cada palabra.  Cambiándose de posición, inclinándose hacia delante, se tambaleó hacia el prisionero.

Con un golpe de sus pies en el piso, el prisionero salió de su silla en un salto. “Ni un paso más,” dijo en forma fría, pero con una navaja de rastrillo, la potencial violencia acechando en las sombras, lista para salir a la luz.

Congelándose por un buen rato, el Sr. Rey regresó rápidamente a su escritorio, mascullando amenazas vagas.

Juntando sus dibujos, el convicto salió del salón.  Al pasar por donde yo estaba, leí “EVIL” [“DIABÓLICO”] tatuado en su cara.

Sin palabra, el resto de los hispanos también salieron.

“¿Stone?” pregunté.
“Sí, mejor nos vamos,” murmuró.
“Manténganse sentados,” ordenó el Oficial Cope, y todos los Hispanos, incluyendo a Evil, regresaron en fila.  Cuando todos habían llegado a sus asientos, el Oficial Cope tomó una copia del memo de su escritorio y dijo “Afuera” al Sr. Rey.  Hablaron en el pasillo y después Cope habló en su radio de prisión.

Primero se unió al Oficial Cope y al Sr. Rey un sargento y después un teniente. Yo corregí la ortografía, puntuación y gramática del memo del Sr. Rey.

El teniente dio la orden que la clase se fuera a casa. Al salir, coloqué el memo corregido en la caja de tareas completadas.  En el pasillo, el Sr. Rey estaba diciendo, “No pueden hacer esto.  Quiero a mi representante de sindicato.”

En casa, encontré a Demon caliente, con fiebre, aventando manotazos.  La picadura de araña se había inflamado al tamaño de una pelota de tenis.

“Demon, necesitas ir a la enfermería.”
“No, no”, se quejaba, pero no parecía entenderme.

Al salir para la cena, me detuve y le dije al sargento que mi compañero estaba enfermo a causa de una picadura de araña.

“¿Puso petición para ver al médico?”
“No. Pero si no recibe atención médica, creo que morirá.”
“Todos mueren.”
“Es verdad. Pero creo que morirá esta misma noche.”

Revisándome detenidamente con la mirada, el sargento me dijo que lo llevara.  Después de una sola mirada, el sargento inmediatamente llamó por el radio a la enfermería. “No te esperes tanto tiempo a la próxima,” me dijo con énfasis.

Llegó el asistente médico y pidió una ambulancia.  Se llevaron a Demon.

Después de la cena, regresé a mi celda vacía, con excepción de por lo menos una araña esquiva.  Cubriendo mis manos con toallas, lentamente las pasé por cada superficie.  Sobre mi espalda, en el piso, bajo la cama inferior en donde la luz realmente no llegaba, encontré una separación pequeña entre la cama y la pared. Coleteando una toalla, una araña saltó directamente hacia mis ojos.  Gritando como un pequeño niño, rodé para salir de debajo de la cama.  Jadeando, corazón latiendo fuerte, las paredes parecían demasiado compactas, cercanas, presionando sobre mí.  Al recobrar una pequeña semblanza de compostura, intenté pensar en una alternativa a volver a colocarme debajo de la cama para enfrentarme a la araña.  Parecía que mi única otra opción era dejar que la araña se diera un banquete con mi persona en la noche.  Reacio, volví a ponerme debajo y di un golpe hacia la abertura hasta que la araña saltó y pude tomarla y matarla.  Busqué pero ya no encontré más arañas.

En la mañana, Demon aún no llegaba.  Después del desayuno, me reporte a Educación y me topé con el convicto con el tatuaje demoníaco en la cara.  Estaba barriendo el pasillo.

“Mike,” me presenté.
“Tomas, o Evil [Diabólico],” contestó.
“’¿Qué hay con esto?” apuntando hacia la escoba.
“El Oficial Cope me sacó temprano.  Dijo que si mantengo limpio el pasillo, puedo tener un pago de trece centavos.  Tengo un escritorio en el closet de almacén en donde puedo descansar y dibujar.
“Pensé que tenías que tener un G.E.D. para obtener un trabajo.”
“Ellos pueden hacer lo que les plazca,” dijo Evil indulgentemente.
“Sin embargo, Cope te lo consiguió.”
“Bueno, el Sr. Rey estuvo haciendo énfasis sobre la forma en que le dije que retrocediera. A Cope le encantó esto.”
“¿Y cómo es eso?”
“A Cope lo partieron en el comedor un tiempo atrás, y el Sr. Rey dijo que se lo merecía, eso y más.  A Cope no le gustó ese comentario.”

Rascándome la cabeza sobre cómo era que uno podía alcanzar una cantidad de paga, me seguí y me senté junto a Stone Cold.

Habían reasignado al Sr. Rey.  El nuevo maestro se pasó el día administrando exámenes de asesoramiento para poder diseñar un programa de estudio individual para prepararnos a cada uno de nosotros para el G.E.D.

En casa, encontré a Damon débilmente intentando subirse a su cama.  Era meramente una sombra de la bestia que había subido de un solo brinco.  Sobre sus protestas frágiles, cambié los colchones y le dejé la cama de abajo.

“Araña reclusa marrón,” murmuró. “Su mordida mata la carne.”

La rodilla de Demon había sido rajada, drenada y estaba repleto de antibióticos.  Le dije que la araña estaba muerta y me dio una pálida sonrisa y se durmió.  No hubo una nueva telaraña en la mañana.  Demon fue nuevamente llevado a la enfermería para darle más tratamiento.

Lavándome, estaba sonriendo.  René estaba en camino para verme.  Recogiendo un pase, di paso rápido y ligero al área de visitas en donde encontré unos penetrantes ojos verdes,  enmarcados por pelo largo rubio.  Dándome un beso, se colocó en mis brazos y podía sentir el profundo palpitar de su corazón.  Descendió el éxtasis.

-EL FIN -


Michael Wayne Hunter C83600
Pleasant Valley State Prison
P.O. Box 8500 A-5-206
Coalinga, CA 93210



© Copyright 2011 por Michael Wayne Hunter y Thomas Bartlett Whitaker.
Todos los derechos reservados


Wednesday, August 3, 2011

Vida Después de la Muerte

Escrito por Michael Wayne Hunter

Michael Wayne Hunter pasó 18 años en el Pabellón de la Muerte de la Prisión Estatal de San Quintín antes de que su sentencia fuera conmutada a Cadena Perpetua sin Posibilidad de Libertad Condicional en el 2002.  El ha sido recipiente de premiaciones de parte de PEN America Center por escritos de ficción y no ficción, y la premiación William James por prosa.  Al presente tiempo se encuentra en la Prisión Estatal Pleasant Valley en California.

“Olvídate del juicio,” le dijo el Sub-fiscal del Distrito a mi abogado durante una de esas pre- vistas que parecen interminables, que se alargan más y más antes del juicio de Pena de Muerte, “Lleguemos a un acuerdo.”

“¿Qué tienes en mente?”

Con cadenas plateadas rodeando mi cintura, muñecas, tobillos, complementando mi overol rojo con el letrero PRISIONERO DE SEGURIDAD MÁXIMA, estaba sentado a unos pies de distancia escuchando con intención, pero la ESPERANZA no aparecía en mi interior. Dieciocho años de estar almacenado en el Pabellón de la Muerte en San Quintín antes de que la corte federal ordenara este nuevo juicio por falta de ética fiscal había impulsado la esperanza de nuevo dentro de la caja de Pandora cuando este aviso llego, pero aún asi…

“Si su cliente se declara culpable y renuncia a sus apelaciones futuras, le permitiremos pasar el resto de su vida en prisión sin la posibilidad de libertad condicional.”

“Mi cliente no estará interesado”

“Salvando su vida,” el fiscal enfatizó cada sílaba.

“Ha vivido en el Pabellón de la Muerte más tiempo que en ningún otro lugar, sus amigos están allí, aquellos que no han sido ejecutados.”

“O que se han suicidado,” agregué en silencio.

“Estás obligado a presentarle un trato,” insistió el fiscal.

“Está bien, se lo diré”

“Hace un mes,” murmuré, “estaban intentando asesinarme.  Ahora quieren darme vida.  Han hecho algo y están preocupados por esta revisión apelativa.”

“No hay forma de saberlo a estas alturas, ¿Estás dispuesto a apostar tu vida?”

Pensando en ello durante varios minutos, dije lentamente, “El tiempo para asustar a alguien con la idea del Pabellón de la Muerte es antes de que viven en ese lugar.  Vamos a juicio.”

Mi segundo juicio termino con un veredicto de culpable, pero en esta ocasión recibí cadena perpetua.  Tengo otra apelación retomando camino a través de las cortes de nuevo alegando falta de ética fiscal lo cual no se hizo aparente hasta mucho después de que rechacé el trato, confirmando mis sospechas, pero esto tiene que ver con vida después de la muerte, en caída libre a través del sistema penitenciario, no se trata de la esencia o calidad del juicio.

Dando paso fuera de la van del Sheriff hacia el área de Recibimiento de San Quintín, “Hunter” [“Cazador”], el Oficial Correccional González me dijo, “voltéate y espósate.”

“Ahora soy un condenado a cadena perpetua, Gonzo,” protesté.

“Felicidades.  Pero el Capitán dio órdenes de llevarte al Pabellón.  Así que ven.”

Confundido, se me separó de la masa de recién llegados vestidos en overoles naranjas, los cuales parecían a todo el mundo como una manada de zanahorias silvestres.  Esposado, se me escoltó a la jaula de retención del Pabellón de la Muerte, en espera de una celda.  Llamando a mis amigos condenados, apilados en cinco pisos, hombres muertos hasta las vigas, les di a conocer que había regresado, y se juntaron para reunir un kit de necesarios: un radio, sopas, café y una olla eléctrica.

A la siguiente mañana, el Capitán Williams, el cual solo era un policía de piso cuando llegué a San Quintín en los 80s, me dio una pista, “Hunter, si te cambió al Centro de Recepción, tendremos que ponerte en celda de dos y no se permite ningún tipo de electrodomésticos allá.  Te dejaré aquí, y el Oficial de Propiedad te entregará tu televisión y radio.  Serás transferido desde aquí.”

“Gracias, Capitán.”

Desempacando la televisión, el radio, la máquina de escribir, convertí mi celda en hogar, por lo menos era el hogar que había conocido durante muchas, pero muchas lunas.  Al paso de las siguientes semanas dediqué mucho tiempo despidiéndome, pero finalmente, y con renuencia empaqué y fui escoltado de nuevo al Centro de Recepción.

“Prisión Salinas Valley, Población General,” el Sargento de Recepción afirmó mi destino. “Prepárate a rocanrolear.”

“¿En verdad?”

Asintiendo, dijo, “Salinas es una zona de guerra; te deseo buena suerte.”

Mientras el camión se retiraba del castillo en descomposición que hacía su nido junto al azul de la Bahía de San Francisco, me sentí solo, a la deriva, cortado de mi rutina.  Viajando a lo largo de la bahía del norte al sur, intenté minimizar las palabras de advertencia del Sargento.  A todo el que está asociado con la prisión le gusta decir y adornar una buena historia de guerra, pero aún así mi pulso empezó a aumentar el paso mientras me preguntaba cómo sería estar en celda de dos después de estar solo en la celda en el Pabellón de la Muerte.  Finalmente, el camión entró al territorio Steinbeck, interminables campos de siembra protegidos por los montes cafés del Condado Monterrey.  El camión dio vuelta y en medio de un campo de lechugas se encontraba la Prisión Salinas Valley.  En contraste con el cuento mítico de hadas de San Quintín que fue construido en 1852, Salinas Valley, un edificio pre-fabricado de color gris, con menos de diez años de edad, tenía toda la gracia de un ministerio de Bloque Soviético.  De alguna forma, la prisión parecía no estar aún terminada, construida en forma apresurada y económica para dar habitación a la población protuberante de California.

“Agarra un colchón” me ordenó el guardia de Recibimiento, “no tenemos una celda.  Estarás durmiendo aquí.”

“¿No sabían que yo venía?” la protesta murió antes de que llegara a mis labios.  Me pegó la realidad de que ya no estoy en medio de cientos en el Pabellón de la muerte, a los que atienden con cuidado como un pavo de Día de Acción de Gracias hasta el día de la matanza.  Ahora, simplemente soy uno de los 170,000 prisioneros de California.  Salinas no sabía que yo venía, ni le importaba.

Desenrollando el colchón sobre el piso, caí dentro de la zona de sueño.

“Hunter,” me despertó.  Poniéndome de pie, un uniforme verde con parches de Teniente saludó con la mano hacia mi persona. “¿Me recuerdas?”

“Claro, Sargento Fields.” Ubiqué en mi memoria a un Sargento del Pabellón de la Muerte de los ‘90’s. “Quiero decir, Teniente,” corregí su nuevo rango.

“Te vi en la hoja de transferencia. ¿A qué patio estás asignado?”

“Realmente no estoy seguro.” me froté los ojos, cansado, y vi en el reloj en la pared que era aproximadamente la una de la mañana.

Revisando, el Teniente Fields dijo, “Patio-B. Ese no está tan mal.”

“¿Es un patio no rudo?” pregunté esperanzado.

“No existen patios no rudos en este lugar,” dijo sin expresión en su voz. “En el año pasado tuvimos veintitrés homicidios.”

“¿No está bromeando?”

Negando con la cabeza dijo, “Los patios A y B no están tan mal; bueno, el patio – B está en encierro forzado a causa de un disturbio de negros contra blancos, pero no hubo muertos.  Los patios C y D no están castigados, ellos son patios de gente echada.”

“¿Echada?”

“Cuando los prisioneros terminan su tiempo en el hoyo a causa de mala conducta, los echamos al patio C o D para ver si pueden pasar el programa antes de soltarlos a las áreas principales.  La mayoría de ellos no lo logran y regresan de nuevo directamente al hoyo.  Es mejor de esta forma; evita que los fracasados del programa echen a perder los patios de programa.  Los patios C y D tienen un nivel de violencia que no has encontrado en el Pabellón de la Muerte, pero vas al patio-B.  Te vendré a ver de tiempo en tiempo,” dijo, pero jamás lo volví a ver.

A las 3 A.M., los guardias me patinaron al Patio-B.  Sacando a un prisionero para transferirlo, el prisionero que se quedó en la celda dijo, “Maldición, no. Uno del barrio va a vivir conmigo.”
Encerrándome en un área de regadera, los guardias llamaron a un sargento, el cual lo convenció a dejarme vivir en su celda por mientras y cambiar de celdas cuando llegara la luz del día.

Cerrándose la puerta de la celda tras mío, “Documentos,” demandó mi compañero de celda.

“¿Documentos?”

“El 128-G que te dieron en Recepción.”

“No sé qué es eso,” le confesé confundido.

“Cada maldita persona recibe un 128-G en Recepción,” gruñó. “Tengo que revisarlo para asegurar que no eres un maldito pervertido. Los buenos hombres blancos no aceptan asquerosos.”

“No soy un infractor sexual.  Le diré esto a los blancos, y tendré mi abogado…”

“¡Maldición! Solo dame tu 128-G, todos reciben uno en Recepción.”

“Nunca he estado en Recepción.”

“¡Maldición!” Se presionó en contra de mí. “Todos pasan por Recepción.”

Día largo, la fatiga pegando duro, y lo último que quería era pelearme a justos segundos de estar con mi primer compañero de celda.  Decidiendo mantener la calma, le expliqué en el tono más suave que me era posible evocar, “Me acaban de transferir del Pabellón de la Muerte.  Los prisioneros condenados son responsabilidad del alcaide de San Quintín, no del Departamento Correccional.  Mi sentencia fue modificada de Muerte a Cadena Perpetua, por lo tanto, me transfirieron a este lugar.  Nunca he estado en Recepción y no tengo un 128-G.”

Mirándome en forma pensativa, finalmente dijo, “Yo conocí a un tipo en la prisión del condado que fue al Pabellón de la Muerte, Hudson.”

“Tenía cerca de seis pies de altura, cabeza rasurada, mató una tienda llena de personas y lo hizo parecer un robo.  Pero era cosa personal.  Tenía rencor en contra de los dueños.”

“¿Tiene tatuajes?”

“Dos lágrimas bajo su ojo izquierdo, algo en su espalda.  No estoy seguro qué es.  Su mamá viene a visitarlo desde algún lugar en el valle.”

“Clovis,” él asintió con la cabeza. “Lo conoces.  Mañana le contaré a los manda-más tu historia.”

“Super,” dije con un suspiro.

“Matt,” estiró su mano, la apreté y le dije mi nombre.

“Generalmente no soy tan fea persona,” explicó con una pequeña sonrisa. “Acabamos de tener un pleito con los negros sobre alguna basura blanca que no podía pagar sus deudas de drogas.  Yo estaba en la zona de impacto cuando pasó.”  Dándose la vuelta, me enseño un moretón óseo del tamaño de un frisbi sobre su omóplato.

“Ouch.”

“Me dispararon con la pistola de balas de plástico, y me duele como el infierno.  La cama de abajo es tuya.” Señaló y se subió en la cama de arriba de la litera.  Tendiendo la cama de abajo con las sábanas que se me asignaron en Recepción, empecé a caer en sueño, durmiendo por primera ocasión en una celda de dos, y terriblemente extrañando el Pabellón de la Muerte.

Efectuando sus rondas, uno de los manda-mas llegó a la siguiente mañana, escuchó mi historia y la afirmación de Matt, y me dijo que pidiera una copia de mi 128-G cuando fuera ante el Comité de Clasificación.  El manda-más le dijo a Matt que lo habían identificado como uno de los participantes en la riña y fue asignado al hoyo junto con otros 40 más.  Finalmente dijo que fue “en el sitio” con los negros.  Si los guardias tienen un resbalón, amárrense y pónganse a trabajar.

Ya que se dirigía hacia el hoyo, Matt ya no estaba preocupado en ayudar a su compañero a instalarse.  Sintonizando en las finales del beisbol, seguimos con la corriente de encierro forzado.

“Hunter,” retumbó el altavoz, “empaca tu propiedad; te vas a mudar.”

Cuando llegó el guardia, Matt le pidió que no me mudara, pero el guardia dijo que no iba a ir a una celda nueva en el patio-B.  Salinas Valley le había pedido al Departamento Correccional que reconsiderarán mi colocación en el patio-B, y me habían asignado al patio-D.  La zona de guerra.

Llevando mis pertenencias a la van, me transportaron.  Desempacando, empujando un carrito a través de un pueblo fantasma vacío, patio-B, vi letreros que apuntaban al gimnasio, biblioteca y taller de manualidades.  Este patio tiene muchas actividades, pensé.  Entrando en un salón comunal de un edificio de vivienda, vi una televisión de pantalla grande montada sobre la pared.  Asomándose por la ventana, noté a mi nuevo compañero de celda, tatuajes por todo su cráneo y cara.  Un cabeza rapada [generalmente personas violentas, agresivas y racistas].

La puerta se abrió antes de que diera el paso para entrar.  Le di la mala noticia, “No tengo un 128-G ni ningún otro documento.”

“¡¿Qué diablos dices?!”

“Me acaban de transferir del Pabellón de la Muerte.  Nunca he estado en Recepción y no me darán mis documentos hasta que vaya a Clasificación.”

“A veces pasa,” pareció no darle importancia.  “Tanto los hombres blancos buenos como los de cabeza rasurada tienen encontrones, los meten al hoyo y los echan del hoyo antes de que les lleguen sus documentos. ¿No eres un raro asqueroso?”

“No.”

“Estás bien hasta que te lleven a Clasificación.” Estiró su mano.

“Cannibal”

“Mike”

“Yo pasé por Quintín en camino de Folsom,” comentó Cannibal en forma tan casual.

“¿Quién era el manda-más en el Pabellón?”

“Hasta mediadas de los 90’s era The Edge, y aún vale su palabra hoy en día, pero se está haciendo viejo y entregó la mayor parte de sus funciones a Cujo.”

“¿Cabezas rasuradas?”

Con cautela, porque sé que las Cabezas Rasuradas y la Hermandad Aria tienen problemas, negué con la cabeza.

“H.A.”

“¿No tienes problemas con esos Tipos?”

“Realmente no hablamos más allá de temas de respeto, mi cuate Baron sí habla con ellos.”

“He escuchado sobre Baron. El Angel del Infierno. Distribución de metanfetamina en cristal en la Costa Oeste.”

“Sí, metanfetamina, pero solo está afiliado, no es un miembro de H.A.” Pero estoy bastante seguro que ya sabías eso, pensé, y no me caía muy bien Cannibal.

Afirmando con su cabeza, Cannibal se subió a su cama para darme espacio para poder desempacar.

“¿Qué estás haciendo?” protestó, mientras yo metía mis cosas en el locker. “No puedes poner artículos de higiene personal con la ropa.”

“He estado poniendo cosas en los lockers desde los ‘80’s,” dije bruscamente.

“Entonces, deberías saber que debes poner tus artículos de higiene personal lo más cerca al lavabo.”

Vivir con Cannibal tenía que ser con un órden.  Él organizaba sus pertenencias en forma precisa y con una intensa simetría, y esto se fue más allá a la organización de sus ejercicios, lavar la ropa, tallar la celda, todo de acuerdo al reloj.  La única excepción a su rutina tic-toc fue cuando tomaba su licor casero de contrabando hasta el punto más allá de borracho, y vomitaba dentro o cerca del escusado.  En una ocasión cuando perdió la conciencia, moví cada artículo en su locker en 180 grados pero los dejé en su mismo lugar.  Cuando se despertó con una tremenda cruda, inmediatamente sintió el desorden y con ojos aún vidriosos volvió a arreglar su locker y no me mencionó absolutamente nada sobre ello.  Fue algo sorprendente.  Aún sigo organizando mi locker en la forma que Cannibal me instruyó.

Cannibal se encontraba cumpliendo tiempo de 15 años a Cadena Perpetua por darle una golpiza a un narcotraficante/traficante de prostitutas hasta matarlo, en el intento de “rescatar” una prostituta adolescente blanca a la cual no le interesaba en lo más mínimo ser rescatada, por lo menos, no por Cannibal.  Ella identificó a Cannibal a la policía y testificó en su contra.  Él estaba muy amargado a causa de esa “Prostituta drogadicta, traicionera de su raza.”

Mientras que el tiempo caminaba lentamente hacia delante, encontré el gimnasio, taller de manualidades, los salones comunales, los cuales nunca estaban abiertos a causa de la constante violencia.  Cannibal se refería a las apuñaladas de blancos con blancos como “sacando la basura.”

Fui a Clasificación y les pedí que honraran mi aprobación original de ser mandado al Patio-B. “No,” respondió el Alcaide Asociado. “No podemos saber si eres capaz de cumplir con el programa.  Danos un año libre de violaciones al reglamento y te regresaremos a ese lugar.”

Dándome por vencido, dije, “Necesito una copia de mi 128-G.”

“Se te mandará,” me informó el consejero.

La noción de enfrentarme a Cannibal sin mi 128-G no era muy cómoda, así que me puse terco. “Deme una copia en este momento,” contesté ásperamente, “o lléveme al hoyo.”

“¿Preocupaciones en cuanto a tu seguridad?” se burló de mí el Comité, pero me dieron una copia.

El 128-G enlistaba la ofensa por la cual fui encarcelado, historial de violencia en prisión, y ningún crimen sexual.  Mostrándoselo a Cannibal, todo estuvo bien.

“Todos siempre dicen que el Sistema les echó a perder la vida,” comenté en forma ociosa.

Cannibal asintió con la cabeza.

“¿Te has puesto a pensar que es raro que los hombres blancos buenos dependen en los documentos del Sistema, los 128-G´s para decidir si estamos o no bien?”

“Mike,” habló entre dientes mientras meneaba la cabeza, “sales con cada idea más loca.  Estas Tocado.”

La vida caminó penosamente hasta que un día Cannibal enrolló en forma apretada tabaco dentro de un plástico y lo metió en su ano.  El tabaco no es permitido en el hoyo, por lo tanto saqué a conclusión que Cannibal estaba planeando aterrizar allí y estaba contrabandeando su hábito canceroso.

“¿Vas a hacer un trabajo?” pregunté.

“Asuntos de Rasurados,” me dio una no-respuesta.

Contario a los patios del Pabellón de la muerte, en que los guardias nunca ponen un pie, los uniformes verdes sí aventuraban al Patio-D.  Lentamente, seis de ellos, caminaron como soldados Británicos patrullando un vecindario Católico en el Norte de Irlanda, dos viendo hacia delante, dos guardando los flancos, y los dos cubriendo la retaguardia.  Pero en su mayoría se paraban directamente bajo la torre de vigilancia, protegidos por un rifle .223.
Casi inmediatamente que llegamos al patio, Snowman [el Hombre Nieve], un cabeza rasurada, asaltó a un nuevo blanco haciendo llover golpes.  Cannibal llegó del oblicuo, con cuchillo hechizo en la mano, esperando destripar al blanco.  Dando una vuelta rápida, el blanco se echó a correr.  Reinó el caos. “Todos los del patio al piso,” se ordenó.  Los .223 escupieron estallidos planos, los prisioneros abrazando el piso.  Tendido de bruces, vi a Cannibal aventar el cuchillo al otro lado de la pared, sin haber logrado acuchillar al blanco que huía.

Un llanto agudo atravesó el aire. Voltee mi cabeza hacia el grito.  Wild Bill estaba arrodillado sobre Dopey, apuñalando con un cuchillo hechizo de un pie de largo, una y otra vez, la espalda, el cuello, la cabeza de Dopey.  La sangre salía a borbotones, llenando el aire con una bruma carmesí que casi los escondía de vista.

Finalmente, los guardias reaccionaron a la verdadera acción, y lentamente marcharon hacia ellos mientras que Wild Bill ignoraba sus órdenes y continuaba apuñalando a Dopey hasta que los golpes con el bastón hicieron que Wild Bill terminara en el piso.  Dopey estaba inconsciente, sangre saliendo de una docena de hoyos  innaturales, mientras que los guardias lo aventaban a una camilla y se lo llevaban.

Esposando a un aturdido y contuso Wild Bill, los guardias lo dejaron allí donde yacía.

Más y más uniformes verdes se aparecieron en el patio, todos los prisioneros fueron esposados con sus manos detrás de sus espaldas y dejados en el piso.  Miembros de la Cuadrilla de Seguridad vestidos de negro llegaron y empezaron a tomar fotos, tomando medidas, dibujando diagramas, reuniendo la evidencia de la escena del crimen.

Un helicóptero de evacuación de emergencia médica levantó a Dopey y lo llevo al hospital, en donde después supe, sobrevivió, pero quedó paralizado del tórax hacia abajo.

Mientras que primero pasaba una hora y después otra, mis brazos, hombros y espalda estaban entumidos.  Los aspersores de un sistema automático nos empaparon, y mentalmente me desconecté.  Finalmente llevaron a los combatientes al hoyo y escoltaron a los demás de nosotros a casa.

Empaqué las pertenencias de Cannibal y después los guardias me mudaron a una nueva celda.  Ahora estaba viviendo con Lee, el empleado del Capitan.

“Escuché que pasaste mucho tiempo en celda solitaria en el Pabellón.”

“Sí,” contesté cansado, masajeando mi aún entumido cuerpo superior.

“Qué bueno, yo no hago la cosa de compañero de celda.”

“¿A qué te refieres?”

“Tú haces tus cosas, y yo hago las mías.”

Cansado, encogí los hombros y me fui a la cama, pensando que más tarde investigaría a qué se refería.

En la mañana, Lee se había ido.  Lee había trabajado para el Capitán durante años y se iba a su oficina a las 6 a.m. y no regresaba hasta cerca de las 9 p.m., siete días a la semana.  Aún cuando los blancos se encontraban en encierre forzado, el Capitán hacía una excepción para Lee.  Cuando Lee llegaba a casa, en rara ocasión me dirigía la palabra.  La única persona con la que se veía se sentía cómodo era con el Capitán.

En una ocasión, en la nombrada de lista del mediodía, un guardia que estaba de suplente me preguntó, “¿Dónde está tu compañero de celda?”

“Trabajo.”

“No me mientas,” ladró, golpeando la puerta con su bastón. “Los blancos están en encierre forzado.”

“Entonces, me supongo que se escapó.”  Bostecé, ignoré al guardia, y eventualmente se retiró.

Estar solo la mayor parte del tiempo de nuevo fue sublime.  Estrené mi máquina de escribir y saqué unas palabras para una página de calle.  Era un contribuyente regular en un periódico vendido por gente de la calle en estaciones de tránsito masivo.

El encierre forzado llegó a su fin después de unos cuantos meses y se me convocó a una visita sorpresa.  Una imagen borrosa de cinco pies de altura se abalanzó sobre mí, abrazándome, su forma era cúbica y estaba morada desde la cabeza hasta los dedos de sus pies, incluyendo su pelo.  “Michael,” suspiró, sus brazos sujetándome en forma apretada.  Echando una mirada, vi el ceño fruncido del guardia y me separé.

“¿Qué haces?” reclamó ella.

“Solo se nos permite un abrazo breve,” le expliqué. “El guardia nos está viendo.”

“Yo lo pongo en su lugar”, dijo enfurecida.  Era sorprendente ver lo rápido que pasó de pacífica a tempestuosa.  Dándose la vuelta, intentó dirigirse hacia él.

“No, no, siéntate.” La guié hacia una silla. 

“Está bien, Michael,” su enojo se desvaneció tan rápidamente como había aparecido. “Soy May y te admiro mucho.  He leído tus historias en el Internet y creo que eres la persona indicada para escribir mi historia.”

“Gracias, May, pero ¿por qué yo?”

“Soy muy intuitiva,” ronroneó.  “Verás, crecí en el infierno.  Mi padre era doctor y nunca tuvo tiempo más que para sus pacientes y el golf.  Mi madre era abogada, me hablaba como si fuera un testigo hostil.  Todos piensan que Beverly Hills es un paraíso, pero puede ser una pesadilla.”

Inclinando mi cabeza a un lado, tratando de ver si esto era una maldita broma, dije con voz monótona, “Creo que sé lo que es vivir en un ambiente desafiante.”

“Pero tú eres un asesino; lo mereces.” Dijo con deleite y risa socarrona. “Yo soy una tierna alma en busca de bienestar.”

Empecé a levantarme, salir de allí, pero preguntó, “¿Te gustaría algo de comer?”
Sí, fui comprado, o por lo menos rentado por una hamburguesa con queso.  Bueno, deseaba una hamburguesa con queso, pero May era vegetariana.  Por lo tanto, nada con carne, huevos, aún leche, incluyendo queso.  Recibí una ensalada marchita.

“No tendrías que hacer mucho,” explicó May. “Simplemente escribir lo que yo te diga y tú agregas las comas.”

“¿Se trata esto sobre tu búsqueda de bienestar?”

“Mi búsqueda espiritual,” contestó soñadoramente.

“¿Eres budista, o algo?”

“Michael, eres tan ingenuo,” se rió loca e histéricamente. “Son una Wiccan.”

En realidad no seguí el resto de sus palabras, algo sobre un aquelarre y lanzar hechizos.  De lo que estoy seguro es que me retiré y le mandé un recado al Teniente de Visitas para que quitara a May de mi lista de visitantes.

Empezaron a llegar unos sobres morados, pero los rompí sin siquiera leerlos.  Tal vez fue intuitiva y sabía que no los estaba leyendo porque empezó a escribir misivas en la parte de afuera del sobre tales como, “Michael, realmente no eres una persona amable, ¡NO!”

Sin duda, tiene razón, reflexioné un cuanto triste.

Una tarde, recibí un pase para reportarme a la clase de la Sra. Clark en el Departamento de Educación para que se me aplicara un examen.  La Sra. Clark era una mujer negra de edad media con un modo de ser firme, pero agradable.  En la pared detrás de su escritorio tenía fotos de Nelson Mandela, Bobby Kennedy, Cesar Chavez y Martin Luther King Jr., entre otros notables.  Me entregó un examen de comprensión de lectura y me dirigí hacia un pupitre y empecé, pero después de unos cuantos minutos me di cuenta que yo era el único tomando examen.  Los demás prisioneros estaban agitando los documentos hacia ella.

Pacientemente, tomó uno a la vez, los copió y mandó al prisionero a seguir su camino.  Cuando terminé mi examen, todos se habían ido.  Así que le pregunté qué fue todo eso.

“Oh, todos están preocupados de que van a reprobar y terminar siendo asignados como alumnos.  Lo que ellos quieren son trabajos que paguen números.  Por lo tanto, solo los mando a mi supervisor para verificar.  Después de todo, si no quieren estar aquí, no los quiero aquí.

Mientras hablaba, su clase, la mayoría adolescentes y unos negros e hispanos que apenas pasaban de los veinte años, empezaron a entrar.

“¿Me puedo quedar un rato?”

“Claro,” me contestó.

En el pizarrón, empezó a diagramar una oración.  Noté que los pandilleros eran atentos y respetuosos hacia ella.  Un ambiente positivo, poco común en una prisión de máxima seguridad.
Deteniéndome por su escritorio para agradecerle antes de salir, le dije, “Escribo un poco.”

“Mándame algo.”

Le mandé mi historia sobre la Madre Teresa en su visita al Pabellón de la Muerte de San Quintín, la cual fue publicada por primera vez en una Revista Católica.  En respuesta, la Sra. Clark me mandó otro pase.

“No tengo una posición abierta para Asistente de Maestro en este momento,” dijo, “pero si quisieras ser voluntario como tutor en escritura te daré trabajo cuando haya una posición.”

Los estudiantes eran escépticos de un tipo blanco, pasado de los cuarenta años y de pelo cano que se suponía saber algo acerca de escritura.

“¿De qué se trata toda esta basura de ‘Veo a Spot’?”

“Es un ejemplo de una oración completa,” le expliqué, “sujeto…”

“Verbo y objeto directo,” otro terminó mi oración.  “Pero la gente en realidad no escribe de esa forma.”

“¿De qué forma quieres escribir?”

Sacando un cuaderno, empezó a repiquetear un suave golpe sobre su pecho mientras rapeaba, “Locked Up, Locked Down, Jammed Up, Jammed Down,” y después hizo una pausa antes de seguir, “No Hope, No Dope, No Bail, Just Jail.” [rima de palabras describiendo la situación en la prisión].

“Esa no es una oración” alguien protestó.

“Puedes escribir de esa forma,” contesté.  “No estoy seguro si a eso se le llama fragmentos de oración o qué cosa, pero el sujeto está implícito. Estoy encerrado.  No tengo esperanza.  No es necesario escribir el sujeto en forma explícita si está implícita y comunicada en forma clara.”

Ese fue el comienzo.  Hablamos acerca de 2Pac y Eminem.  Les traje las historias cortas de Hemingway por su prosa escasa pero poderosa.  Cuando se quejaron de lo difícil que era escribir en inglés común porque no era la forma que se hablaba en el barrio o en el gueto, les traje “Heart of Darkness” [“Corazón de Oscuridad”] de Conrad.  “Conrad se crió en Poland,” les dije, “él aprendió el inglés como segunda lengua pero escribió literatura en esta lengua.”

La clase era un mundo aparte.  Todos trabajábamos juntos en ese lugar a través del lenguaje, y después nos íbamos al patio, divididos en nuestros grupos de amistades, apenas reconociendo la existencia el uno del otro.  Es tan rara la forma en que nos moldea la prisión, nos tuerce.

Entraba a las 8 a.m., daba mi tutoría hasta las 11 a.m. y después me dirigía al patio para correr unas vueltas y tomar algo de sol con Kevin, uno de los Asistentes de Maestro de la Sra. Clark.  Siendo un ex marino, Kevin era bien versado y hablamos de ser compañeros de celda. Kevin me dijo la verdadera historia sobre Wild Bill y Dopey.

Wild Bill había sido un manda-más en su edificio hasta que Bruno había llegado de Pelican Bay, sacó la tarjeta Original de Pandilla, exigió sus honorarios y tomó el lugar de Wild Bill. Dolido, Will Bill inventó una obscenidad sobre Dopey de que no estaba haciendo lo suficiente para el blanco bueno, para llegar a ser legítimo, subir sus puntos, y reclamar el estatus de manda-mas después de su año en el hoyo.

Alrededor del mediodía, Kevin se regresaría al trabajo, pero como yo solo era voluntario, me regresaría a mi celda para el conteo.

Una mañana, el guardia de educación me detuvo. “No estás en la lista.”

Le enseñé el pase que la Sra. Clark me había dado.”

“No estás en la lista.  Llévatelo a casa.”

“Regresé a casa cerca de las 11:15 cuando generalmente estaría corriendo con Kevin, sonó una alarma y se dispararon balas en el patio.

Lee vino a casa y me dijo que los blancos y mexicanos habían peleado en el patio.  Mi amigo Kevin había sido apuñalado, transportado al centro de tratamiento, y después mandado al hoyo.  La mayoría de los chavos a los que yo les daba tutoría fueron aprehendidos y llevados igualmente, sesenta prisioneros mandados al hoyo.  Lee comentó que él pensaba que yo también había ido a ese lugar. Lo observé detenidamente, pero no podía saber si le importaba o no.

El manda-más pasó por nuestra celda y nos informó que la riña fue con Mexicanos nacidos en Estados Unidos, pero los Mexicanos nacidos en México no estaban involucrados.  No le pregunté cómo se podía saber cuál era cuál ya que no tenía planes de atacar a nadie.  Durante los duchazos controlados, mi vecino, Smoker [fumador] se acercó y susurró, “Lee está en la lista negra.”

“¿Por qué quieren echárselo?”

“Por no hacer lo suficiente para el blanco bueno”

Cuando llegó Lee a casa, dije en forma neutral, “Smoker dice que estás en la lista negra.”

Girando sobre sus talones, Lee se retiró y regresó un poco después pero no dijo cosa alguna.  Al próximo día, Smoker y una media docena de muchachos blancos fueron llevados al hoyo.  En cierta forma deseaba ser uno de ellos.

Ya que los blancos habían comenzado la riña, estábamos en encierre forzado, entre tanto, mes tras mes iba pasando cojeando.  Eventualmente, terminé mi año y regresé a Clasificación, pidiendo mi asignación original al Patio-B.

“Aún no has comprobado que puedes manejar el programa,” el Alcaide Asociado rechazó mi petición. “No te podemos dejar ir a un patio de programación.”

“Usted dijo que un año libre de violaciones al reglamento,” discutí.

“No has estado programando.  Has estado en encierre forzado.”

“¡Pero nada tuve que ver con eso!”

Petición negada.

Pasó más tiempo de encierre forzado y un trabajador prisionero, uno de las islas del pacífico por el nombre de Keeka, mientras limpiaba el piso, me preguntó si deseaba comprar su estéreo por cincuenta dólares.  Ya que los estéreos solo están autorizados en los patios A y B, no en los C y D, realmente me interesaba comprar música para llenar mis horas vacías.  Día tras día negocié, no el precio, sino la forma de pago, giro postal, compras en la tienda de prisión, un paquete, pero siguió cambiando de opinión.

“¿Cuál es el problema?” le pregunté a su manda-más.

“No te lo puede vender.”

“¿Por qué no?”

“Keeka tiene relación como con una docena de narcotraficantes, le debe a cada uno cincuenta dólares, y está prometiendo pagarles cuando venda su estéreo.  Si completa la negociación, todos ellos querrán su dinero y solo le podría pagar a uno.  No puede completar la venta.”

Unos cuantos días después, un trio de matones de la pandilla 415 atacaron a Keeka en el salón de recreación interna.  No usaron armas, pero le dieron una golpiza, brincaron sobre él y lo dejaron inconsciente.  El guardia de la torre de control del edificio solo se quedó viendo, pero no hizo nada.

Cuando terminaron de dar la golpiza, el compañero de celda de Keeka vino y lo ayudó a regresar a su casa.  Terminó el turno, y llegaron nuevos guardias y el compañero de celda de Keeka los llamó, “Hombre muerto”.  Los guardias llegaron a la celda y sacaron a Keeka.

Unas cuantas horas después, la cuadrilla de seguridad descendió, roció luminol, aluzaron el piso del salón de recreación interna con luces negras y sangre brilló por todos lados.  Sacando a los pandilleros 145 de su celda, la cuadrilla les quitaron sus zapatos y empezaron a comparar las suelas de los zapatos con las huellas en la sangre.  Todos los prisioneros, incluyendo a Lee, fueron encerrados mientras se llevaba a cabo la investigación.  El guardia que estaba en la torre de control durante la golpiza fue marchado hacia adentro, su armario abierto, y fueron extraídos teléfonos celulares, drogas y armas hechizas.  Esposado, se lo llevaron.

Empezaron las entrevistas.  La cuadrilla tenía muchas preguntas para mí, pero en su mayor parte eran en relación a Lee.  Ellos pensaban que él estaba involucrado con los teléfonos celulares.  Les dije la verdad, “Lee rara vez habla conmigo. El no socializa con sus compañeros de celda.”

Escépticos, finalmente se dieron por vencidos y me entregaron un documento para firmar.  Decía que yo no tenía ninguna inquietud por la seguridad de vivir en el patio D.

“Yo no voy a firmar eso,” medio reí, “¡Están locos! Claro que me preocupa mi seguridad.”

“Si no lo firmas, tendremos que llevarte al hoyo.”

“No estoy en violación de reglamento, no me podrán dejar allí por mucho tiempo.”

“Te transferiremos.”

“¿En verdad? Definitivamente no voy a firmar.”

Aterricé en una celda sola dentro del hoyo a los treinta minutos.  Cerrándose la puerta detrás de mí, los pasos de los guardias haciendo eco mientras que se retiraban, una barra de jabón se deslizó debajo de mi puerta amarrada en una cuerda.  Jalando la cuerda, amarré mi orden de encierro y lo mandé hacia el manda-más de los blancos de mi área. (Las cuerdas se cruzan por todo el hoyo, aún bajo las puertas que separan las secciones, para mantener la comunicación abierta.)  Dos jalones fuertes y una nota y lápiz volaron hacia mí de regreso.  La nota era escéptica, y yo sabía la razón.  Mi orden de encierro decía que estaba alojado en el hoyo esperando investigación sobre mi información confidencial, y que si era cierta, podría ser una amenaza a la seguridad institucional.  El manda-más blanco para mi área sospechaba ciertamente que pude haber firmado el documento.  Rehusar firmar era una violación a las reglas de los buenos hombres blancos lo cual podría causar que yo fuera puesto en la lista negra.  Pensando en varias respuestas durante un minuto, y después durante dos, finalmente no hice mención de ninguno de los asuntos de la firma y simplemente escribí, “Dile a Scotty que Death Row Mike [Mike del Pabellón de la Muerte] se encuentra aquí.”

Scotty había sido uno de los manda-más en el Patio-D y había sido citado por el Teniente para tener una junta con los Mexicanos para tratar de llegar a una tregua.  Buena idea, excepto que Scotty estaba en medio de un corrido de metanfetaminas de toda una semana.  Cuando el Teniente divisó los ojos de Scotty, abiertos ampliamente, las pupilas girando salvajemente, lo mandó directamente al lugar de desintoxicación y de allí al hoyo.  Cerrándose la puerta tras él, Scotty no tardó en dar una golpiza y después ahorcar hasta la muerte a su compañero de celda y se ungió a sí mismo como el manda-más de los blancos.

Un rato después, la línea dio un jalón.  La jalé y leí, “Todo bien.”  Scotty había firmado.

Estar alojado solo en el hoyo, con solo un par de bóxers y una camiseta era una sensación padre.  Estar solo era mágico.  No había dormido tan bien desde que dejé el Pabellón de la Muerte.  Simplemente se desapareció el stress diario del patio-D.

El jefe de Lee, el Capitán, vino a verme. “Firma,” dijo con urgencia, “y en este mismo momento podemos regresarte a tu celda.”

“No.”

“¿A quién vamos a alojar con Lee?”

Me encogí de hombros.

“¿Esta es la forma en que actúas después de todo lo que él ha hecho por ti? ¡Smoker te iba a apuñalar!”  Él iba a apuñalar a Lee, pero yo ya no estaba allí, no me importaba y no lo saqué a relucir.  Con una última mirada penetrante, el Capitán se retiró.

Mario, un pandillero del Sur de México, se encontraba alojado al otro lado de mi celda.

“Tiene su tiempo contado,” el manda-más blanco me advirtió, “pero no le dejes saber esto.”

Mario había sido mandado por sus manda-más en una misión en el Patio-C para checar a alguien por romper las reglas.  Mario había usado sus manos cuando se suponía que debía usar fierro y hacer hoyos.  Después de que Mario pagó su tiempo en el hoyo por lesiones, se le mandó al Patio-B, un patio de programa, cuando deberían haberlo regresado al patio C o D como fracaso de programa.  Sabiendo que algo no estaba bien, los Sureños del Patio-B lo golpearon y ahora estaba de nuevo en el hoyo como víctima con preocupación por su seguridad.  Pero Mario pensó que todo era un gran malentendido, y que podía arreglarlo. ¡EQUIVOCADO!

Antonio fue escoltado por un guardia de Recibimiento y alojado con Mario.  El Guardia de Recibimiento, tal vez ingenuamente, pero más seguro con intenciones maléficas, leyó en voz alta la orden de encierro de Antonio en la sección.  Aparentemente, Antonio estaba cooperando en una investigación de dos asesinatos en la prisión Chino y estaba siendo alojado en Salinas hasta que lo llamaran a testificar.  Se hizo un silencio total en la sección, escuchando al guardia mientras leía la orden, colocando un blanco [de tiro al blanco] en la espalda de Antonio.

Mario empezó a decirle  a Antonio que era una rata bastarda, y sonidos de golpes al cuerpo pasaron por la pared.  Escuchando, me pregunté por qué el guardia había colocado a Antonio con Mario, cuando él sabía que Mario estaba en la lista negra, al igual que Antonio, aunque Mario no se había dado cuenta que tenía un blanco en su espalda.

Mientras observaba a los guardias inundar la sección y sacar a Antonio y llevárselo, fue entonces que me pregunté si yo también estaba en la lista negra y tampoco lo sabía.

Cuando finalmente pasé a Clasificación, me trataron con desdeño pero me anotaron para transferencia.  El Capitán me miró fijamente, pero nada dijo.

Después de cómo un mes, se me escoltó a Recibimiento, y los guardias estaban hablando sobre el arresto de guardias y trabajadores de salud mental en el Patio-D por facilitar los negocios de drogas de los 415.

Subiendo al camión, me dirigí al sur durante una hora costeando el Oceano Pacífico y después al este sobre la sierra montañosa costera y después en descenso al valle central de California.  Llegando a la Prisión Pleasant Valley, se me asignó para el Patio-A que había sido de baja seguridad, pero ahora estaba haciendo transición a seguridad máxima.  Aunque los camiones habían estado llegando de todas partes del estado, trayendo hombres en cadenas, el Patio-A solo estaba medio lleno.  Lee había empacado toda mis pertenencias, nada faltaba, y se me cambió a una celda que estaba vacía, con excepción de una masa de telarañas.  Quitándolas y echando fuera a las reclusas arañas cafés que corrían a refugiarse, acomodé mi televisión, llené mi olla caliente con agua y me acomodé con una taza de café, preguntándome qué pasaría a continuación.  Mi puerta se abrió a media mañana del siguiente día y entró un joven cabeza-rasurada.  Grandioso, pensé, otro Cannibal.

“Demon [Demonio].”

“Mike.”

Después de ayudarlo con sus pertenencias, saqué mi 128-G y se lo iba a pasar.

“¿Qué es eso?”

“Mis documentos.”

“No hacemos eso en este lugar.”

“¿No revisan documentos?”

“Tu carro [grupo] revisará tus documentos.  ¿De dónde eres?”

“Del área de la Bahía.”

“Yo soy del carro [grupo] de Los Ángeles.  Tus paisanos revisarán tus documentos. No nos explotamos los unos a los otros en este lugar.”

En realidad, soy de Sunnyvale, pensé, demasiado pequeño para formar un carro [grupo].  Tal vez simplemente andaré en mi propia bici-moto [figurativo].

A Demon lo habían asignado al Patio-A cuando aún era un patio de baja seguridad, pero le había dado una golpiza a alguien, y 96 días en el hoyo por Lesiones le había subido sus puntos, por lo tanto fue echado de nuevo al ahora Patio-A de máxima seguridad.

Aún así le mostré mi documentación a Demon, la revisó y después pareció levitar sin ningún tipo de esfuerzo visible encima de la cama superior de la litera.  Buscando en su armario, sacó unas tostaditas de maíz, las comimos y hablamos sobre todos los lugares dentro del Sistema en que habíamos estado y a quiénes conocíamos.

“Pleasant Valley no se parece en nada a Salinas,” dijo Demon, “cuando el patio se abra, estarás sentándote en el pasto.

“¿Sentándome? ¡Ni de chiste!”  El solo pensar en dejar mis pies en el jardín no era una cosa singular de eventos en mi horizonte.

Cuando finalmente se me permitió salir al jardín, lentamente salí del edificio, observando con cuidado, y vi al Teniente caminando solo y cruzando por el jardín. “¿Qué está haciendo?” entré en pánico, pero terminó su recorrido sin ningún percance y desapareció dentro del edificio.  En Salinas, los camarillas  hubieran considerado un insulto el que un guardia, mucho menos un teniente, caminara por el jardín solo; nunca hubiera salido de allí.

Estuve preguntando y conocí el carro [grupo] del área de la Bahía.  Eran amistosos en cierto modo, pero no estaban interesados en mi documentación y parecía que podría andar en my “bici-moto” de Sunnyvale yo solo y en paz.

Los guardias de Salinas eran o ultra educados en una forma falsa, o ultra-polémicos, pero en marcado contraste, los guardias de Pleasant Valley se dirigían a mí en una forma casi indiferente.

Caminando el jardín, observé a hombres gozando el sol, jugando basquetbol, volibol, aventando herraduras, corriendo, en apariencia de estar a gusto unos con otros y con el día.  Aunque los grupos estaban algo divididos por raza, todos los deportes estaban integrados en algún grado, algo que nunca sucedió en Salinas.

Acomodándome en una banca de madera, observé el juego de basquetbol.  Mis pies sin tocar el piso, aunque no sentado en el pasto, por lo menos, no por ahora.  Pero pensando que tal vez sí pudiera haber vida después de la muerte.

Michael Wayne Hunter C83600
Pleasant Valley State Prison
P.O. Box 8500 A-5-206
Coalinga, CA 93210



© Copyright 2011 por Michael Wayne Hunter y Thomas Bartlett Whitaker.
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