Friday, August 19, 2011

Primera Semana

Escrito por Michael Wayne Hunter

En un camión gris del departamento correccional, manos y pies encadenados, se me había ordenado sentarme justo en frente del oficial con la pistola.  Soy un ex Prisionero del Pabellón de la Muerte de San Quintín, por lo tanto les gusta mantenerme bien vigilado.  El ganso gris viajaba con paso seguro al sur en la carretera 101, alejándose de la Prisión Salinas Valley, en donde había pasado los últimos dos años, hacia la Prisión Pleasant Valley.  Solo hasta que  dimos vuelta al Este y llegamos a la cima de la sierra costeña costeando hacia abajo al valle central, fue cuando me pude relajar, seguro en ese momento que ni aunque se descompusiera el camión me mandarían de regreso a la zona de guerra de Salinas, habiendo una buena cantidad de homicidios durante mi tiempo allí.

Bajándome del camión, desencadenado, se me ordeno ir a la oficina del Teniente.

“¿Qué hace un prisionero del pabellón de la muerte en este lugar?” preguntó con curiosidad.

Le expliqué que la Corte Federal había ordenado un nuevo juicio en donde había recibido cadena perpetua y después una transferencia del Pabellón de la Muerte de San Quintín a Salinas.  Aproximadamente un mes atrás me habían escoltado de mi celda.  El Sargento de Programas me había dicho que mi compañero de celda, el asistente del capitán, estaba en la lista negra, un blanco del grupo de hombres blancos buenos para matarlo. Yo podía firmar un documento que condonaría toda responsabilidad sobre el Departamento Correccional  si igualmente me llegara a alcanzar la violencia, o escoger ser transferido.  Preferí transferir.

“No queremos ningún problema aquí.”

“Bien,” le contesté al teniente.

Encerrado en una celda de espera, un guardia de recepción dijo que estaríamos alojados con un prisionero de nuestra propia raza que venían en el camión en que llegamos.  Yo conocía a tres de los muchachos en mi camión.  En Salinas, todos se habían entregado a los guardias diciendo que tenían inquietud por su seguridad, específicamente siendo que habían acumulado deudas de drogas que no podían pagar.  Buscar un toque fue todo lo que existía en sus desalmados universos de drogas.

Eventualmente se nos encadenó y marchamos a la unidad habitacional.  Pasamos por un invernadero, viendo a prisioneros plantando, aprendiendo a diseñar jardines.  Más allá del invernadero se encontraba un jardín enorme, con aproximadamente un acre de pasto con una cancha de softbol y redes de futbol.  En el perímetro se encontraba una pared para frontenis de mano, canchas de volibol y basquetbol.  Me sorprendí al ver a blancos jugando pelota con negros e hispanos.  Tal vez este jardín no tiene problemas.  Nuestros guardias nos quitaron las cadenas y nos señalaron a entrar la unidad habitacional.

Ordenados a sentarnos en las bancas de madera, nos dieron el discurso de “Este jardín es nuestro, no de ustedes,” uno que había escuchado unas cuantas veces, unas cuantas miles de veces, en mis más de veinte años de estar enjaulado, y que estaríamos confinados a nuestras celdas hasta que compareciéramos ante el comité de clasificación.

Cuando mi nombre fue llamado para asignarme una celda, jalé mi propiedad de un carrito y me dirigí hacia la puerta que se abría electrónicamente desde una torre de control.  Nadie de mi camión vino conmigo. ¡Qué bueno! Tranquilamente solo.  ¿Cuánto hace que esta celda está vacía? Mis ojos descubrieron telarañas cubriendo la pared trasera.  Quitando las telarañas, parecían viejas, abandonadas.  Usando una toalla húmeda, limpié las literas de metal, los armarios y el techo, paredes, y finalmente, el piso.  Mientras hacía esto, revisé, buscando partes de metal faltantes cortados de los armarios o literas.  Si los guardias encuentran metal faltante durante una revisión, yo seré acusado de tener armas y lanzado y olvidado en el hoyo por lo menos durante un año.  Inspeccioné los tornillos de seguridad en el dispositivo de iluminación.  No vi ninguno rayado lo cual indicaría que habían sido abiertos o alterados.  Llenando mi olla eléctrica, la conecté y acomodé mi televisión y radio antes de doblar y acomodar mi ropa en el armario y tender la cama inferior de la litera.  Acomodado, tomé pequeños sorbos de cafeína, escuchando rock alternativo que provenía de Fresno mientras que escribía mi carta diaria a René.  Ella ha estado conmigo desde San Quintín y durante Salinas.  Ella me fascina.  Entregando la carta al guardia durante la hora de llamado de lista, me puse debajo de las cobijas y me desvanecí.  Los rayos solares entrando a raudales por mi ventana angosta en la pared por arriba de mi cabeza golpearon mis ojos.  Parpadeando una o dos veces, mis ojos se enfocaron sobre una nueva y brillante telaraña, hilos minuciosamente tejidos que doblaban la luz, esparciendo el espectro visible de un rojo a un violeta.  Era hermoso, pero probablemente peligroso.  Una araña desconocida había estado hilando seda resplandeciente durante la noche a solo unas pulgadas de mi cara.  Jale la telaraña y busqué la araña, pero encontré nada.

Pasando una charola de desayuno dentro de mi celda, un guardia me dijo que estaba programado para presentarme ante el comité de clasificación a media mañana.  Sentado en una silla afuera de la oficina del comité, pensé sobre mi asignación.  El invernadero parecía un buen lugar, pero siendo uno con cadena perpetua sin posibilidad de libertad condicional, las posibilidades de una asignación con entrenamiento vocacional era casi nulo.  Pensé que pediría ser un asistente de oficina.  El capitán tiene un asistente, al igual que los tenientes, sargentos, cada unidad habitacional, la biblioteca, la tienda, lavandería, cocina y área educativa.  Los asistentes tienen la mayor libertad de movimiento y reciben salario en el rango de quince a treinta y siete centavos la hora, aunque cualquier multa impuesta por la corte es deducida del pago.  Mis habilidades mecanográficas son buenas.  Esperaba me dieran una oportunidad.

El capitán era el presidente de clasificación.  Estaba acompañado por un consejero y representantes de Salud Mental y Educación.  El consejero le dijo al capitán que yo no tenía ningún enemigo documentado en el patio.  Tenía historia de comportamiento violento, pero que el último incidente había sido en 1991 y mi record limpio desde ese tiempo no merecía puntos disciplinarios.  El de salud mental dijo que no tenía problemas.  Educación dijo lo mismo.  Mi archivo de prisión no tenía record de mi historial de educación.  No podía ser asignado un trabajo sin documentación de un diploma de preparatoria o un G.E.D [Desarrollo General Educativo].  Momentos más tarde se me asignó al G.E.D., no como asistente, sino como un estudiante de 45 años de edad.

Regresando a mi celda le pregunté a mi oficial de piso, “Acabo de transferir ayer.  ¿Hay alguna posibilidad de efectuar una llamada?”

Consultando su tabla sujetapapeles dijo, “Está disponible el teléfono numero tres.  De ahora en adelante anótate la noche anterior.”

“Está bien.  Gracias.”
Le hablé a René a su casa.  Si no está allí, la llamada se transfiere a su teléfono celular.  Al paso de los años solo no he podido hacer conexión en  unas cuantas ocasiones.  René habla rápidamente en una voz velada; me tomó un buen tiempo antes que pudiera entender más que una que otra palabra.  René aceptó la llamada y dijo que sabía que estaba en la Prisión de Valley Pleasant.  No supe cómo se dio cuenta porque siguió diciéndome que ya había programado una visita para el sábado.  Con demasiada rapidez, los quince minutos permitidos llegaron a su fin y el teléfono cortó la conexión.

Sonriendo, sintiéndome feliz y contento ahora que había hecho contacto con René, me dirigí a mi celda pero noté que la puerta que daba al jardín estaba abierta.  Nadie parecía estar observándome, por lo tanto, salí.  Deteniéndome, inspeccioné el jardín.  En su mayoría estaba vacía por lo tanto sospeché que no era hora de salir.  Caminando por el perímetro, tenía lista la excusa de “soy nuevo y no sabía” mientras que continuaba mi búsqueda y encontré el salón de visitas y el de educación.  Pasé por la capilla, lavandería, biblioteca, tienda, comedor y las unidades habitacionales.  Me tomó como 5 minutos  completar el círculo de regreso a mi unidad habitacional.

Al ir caminando a mi celda, el oficial de piso preguntó, “¿Dónde has estado?”
“Usted dijo que podía usar el teléfono,” hice sonar una verdad selectiva.
“¿Terminaste?”
Asentí con la cabeza.
“A casa, entonces.”

Ahora que había sido llevado a clasificación, ya no tenía que estar confinado a mi celda.  Aproximadamente a  las 5:30, mi puerta se abrió para dar salida al comedor.  Llevando mi tuchara [tenedor/cuchara], mi taza, y mi tarjetón de identificación, salí con cautela.  Habiendo estado encerrado desde 1982, nunca había tomado mis alimentos en el comedor.  Los prisioneros del Pabellón de la Muerte son alimentados dentro de su celda, y las pocas ocasiones en que intentaron usar un comedor en Salinas, tuvo un mal final.  Solo habían salido unas cuantas celdas de prisioneros antes que alguien fuera apuñalado.  Con recelo, siguiendo la línea de los prisioneros, noté que iban platicando y bromeando.  Relajándome un poco, seguí a los prisioneros, tomé una charola y me senté a una mesa de acero inoxidable para cuatro personas.  Dos jóvenes hispanos se unieron a mí y empezaron a discutir acaloradamente sobre un trato de vino que no había salido bien.  Sin estar seguro de cómo terminaría todo esto, mis ojos encontraron al oficial con pistola en su puesto y pensé a dónde iría si estallaba la violencia.  La disputa fue sobre una ley simple de contrato.  Flaco le había comprado naranjas y miel a un trabajador de la cocina y se lo dio a Chato para fabricar Pruno. La fermentación alcohólica toma de tres a cuatro días y los guardias habían encontrado el vino y lo habían vaciado.

“Me debes dos litros,” gruñó Flaco
“Los cuicos descubrieron la producción,” respondió Chato. “Estamos vacíos. Dile a él G.O. (gangster original),” señaló hacia mí.
“No, tú dile,” Flaco contrarió.
“Ustedes tendrán que decidir sobre esta situación, no yo.” Dije en voz baja, con cautela. “Yo lo único que hago es platicar.  Esto no significa nada, ¿verdad?”
Ambos asintieron con la cabeza.
“¿Qué tan grande era la producción?”
“De un galón,” contestó Chato.
“¿Así que iban medias en las ganancias?”
Flaco asintió con la cabeza.
“¿Cuánto les costaron las naranjas y la miel?”
“Cinco dólares.”
“¿El litro cuesta ocho?”
“No. Diez.”
“Tú no eras un cliente,” le di la mala noticia a Flaco, “eras un inversionista.  Se amoló la producción así que tus dos litros se fueron al caño.”
“Sin mis cinco para los ingredientes no habría ninguna producción,” argumentó Flaco.
“Claro,” estuve de acuerdo, “Eso es lo que te hace un inversionista. Tú pusiste el dinero para la mitad de la producción, pero se perdió así que tienes la mitad de nada. Ahora, si hubieras pagado veinte desde el principio para pagar los dos litros, serías un cliente.  Se te deberían tus dos litros o tu dinero.
“Eso es lo que te he estado diciendo,” Chato volvió a entrar en la discusión.
“Simplemente vuelvan a juntarse para hacer otra producción,” sugerí. “Quemen el vino para hacer whiskey y puedan recibir veinte dólares por un vaso grande y cuarenta por un litro.”
“¿Quemarlo?” preguntó Flaco.
“Envuelves una jarra de vino dentro de una bolsa de plástico para basura,” entrenó Chato, “y después dejas caer un cable eléctrico pelado y conectado dentro del vino y dejas que hierva.  El vapor es está formado por lo menos de cincuenta por ciento de alcohol; sube y llena la bolsa.  El vapor se condensa a y forma  líquido, corre por el interior de la bolsa, se concentra y tu lo colectas. Relámpago blanco.”
“Hagamos eso,” se rió feliz Flaco.
“No podemos,” bostezó Flaco. “Huele. Los cuicos dan sus vueltas en este lugar.”
“¿Aún a las 2 a.m.?” pregunté.
“Sí,” contestó Chato y Flaco asintió.

Los dos volvieron a platicar, ya no acaloradamente,  haciendo cuentas del dinero perdido y cómo lo podían recuperar o mejorar.  Mi hábito de drogas/alcohol llegó a su fin hace más de una década, pero en Salinas fabriqué vino y lo destilé para hacer Whiskey justo en frente de los guardias.  Salinas era una zona de guerra.  Los guardias sabían que estaba cocinando para los buenos hombres blancos, el grupo de blancos, y no querían enfrentarse al problema que se suscitaría si descubrieran y tiraran la producción.  Parece que Pleasant Valley era una historia diferente.

Observando con especulación a las mesas de rufianes que me rodeaban, intenté buscar un compañero de celda prospecto.  Alguien que podía invitar antes que los guardias asignaran un compañero al azar, pero las selecciones eran escasas/sombrías.  Nuestra mesa recibió instrucciones de partir y me fui a casa.  Pensando en dormir, mi puerta se abrió y apareció un cabeza rasurada de veinte y tantos años de edad, cráneo tapizado con swastikas, mi nuevo compañero de celda.

“Mike.” Estrechando, lo saludé de mano.
“Demon.” [Demonio]

Llenando el armario con sus pertenencias, Demon me explicó que no era uno de los del camión.  Acababan de sacarlo del hoyo después de estar encerrado por “darle caña” a alguien.

“¿Le sirvió de algo?”
“Probablemente no.” Demon soltó una sonrisa natural, simpática.

Con un movimiento que parecía ser sin esfuerzo, Demon levitó hacia la cama superior de la litera.  Buscando en su armario, abrió una bolsa de papas, masticamos, platicamos, mientras escuchábamos rock.  Demon  planeaba compartir la celda de Turtle [Tortuga], un cabeza rasurada del mismo grupo, por lo tanto, estaríamos juntos solo por un momento.
En la mañana, la telaraña había regresado.  Buscamos, pero no podíamos encontrar a la araña, pero Demon encontró un piquete de araña en su rodilla.

“Es mejor que vayas a la enfermería.”
“No.” Demon hizo caso omiso a mi comentario y se volvió a meter en la cama.

“Salida para Educación,” se anunció sobre el sistema de altavoz público del edificio.  Fui a desayunar, tome una bolsa con lonche y me reporté a educación.  Tomando mi boleto de asignaciones, el Oficial Cope, el oficial de educación me señaló hacia un salón de clases.

El maestro, el Sr. Rey, usaba su pelo largo recogido en una cola de caballo.  Probablemente diez años menor que yo, sospeché que era un sobreviviente de los ´60s.  Dándome una lista de diez palabras, el Sr. Rey me dijo que las buscara en un diccionario y anotara sus definiciones.

“Está bromeando.”
“¡¿Vas a ser un problema?! Dijo enojado el Sr. Rey. “Haré que te lleven y te entierren entre reportes de violación a las reglas.  Haré que te encierren tan profundo en el hoyo que nunca jamás verás la luz del sol.  Ponme a prueba y sabrás como soy.”

Fijando mi mirada en sus ojos con pupilas como la punta de un alfiler, claramente señal de automedicación de largo término, respondí con suavidad, “No quiero causar problemas. Pero ¿Cómo es que copiar del diccionario me va a preparar para mi diploma de GED?”

“¿Qué demonios eres? ¿Un maldito abogado?”

Encogiéndome de hombros, me di la vuelta, todos mis sueños de intentar cambiarme de ser estudiante de educación a un asistente se desvanecieron.

“Death Row Mike [Mike del Pabellón de la Muerte].”
Volteándome vi un cabeza roja de más de seis pies de altura. “Stone Cold[Helado]”  contesté en reconocimiento, y me senté junto a él.

Yo conocí a Stone Cold en Salinas.  Estando trabajando en la lavandería, fue asaltado por MS-13 [Mara Salvatrucha].  Dos Salvadoreños se avalanzaron hacia él.  Después de darles una paliza, lo habían mandado al hoyo por causar lesiones. Es el primer incidente que conozco de lesiones en pleito de dos a uno, en donde el uno fue culpado con cometer un caos en los dos.

“¿Qué haces aquí?” me preguntó.
“Mi compañero de celda estaba en la lista negra.  Me rehusé en firmar y me transfirieron. ¿y tú?”
“Violé la regla de no peleas con puños.”
En Salinas, los buenos hombres blancos tenían una regla de no pelear con puños.  Tenias que usar una punta con intento malvado.  Cualquier cosa menor que esa, y te ponían en la lista negra.

“Fuiste atacado. ¿Qué se suponía debías hacer? “¿Pedir tiempo fuera e ir por una punta?”
“Yo creo.” Stone Cold sonrió a medias, “o hacerme bolita y dejar que brincaran sobre mí hasta quedar inconsciente.”
“Qué loco.”
“Edge me dijo cuando me metieron en el hoyo que él tenía alguien a quien yo podía apuñalar para limpiar la violación.  Pero tengo una esposa, hijos y una fecha para libertad condicional.  No iba a apuñalar a alguien para que me dieran cadena perpetua.  Rechacé la oferta y me pusieron en la lista negra.”
“Edge tiene cadena perpetua, y simplemente quería dañarte a ti también.  La miseria ama la compañía.”
“¿Estás tú en la lista negra?”
“Probablemente.  El capitán me puso en el estatus de celda solitaria cuando estuve en el hoyo.  Edge quería que firmara y pidiera un compañero de celda.  Me rehusé.  Edge no insistió.  Dijo que todo estaba bien.”
“Te estaba meciendo para que durmieras,” soltó la carcajada Cold Stone.
“Sí. Creo que el compañero de celda que me hubiera mandado Edge me hubiera dado un garrotazo mientras dormía.”
“Puede ser que tú eras el blanco que Edge quería que yo apuñalara,” dijo Stone Cold.
“Pónganse a trabajar,” gruño el Sr. Rey.

Nos callamos, pero no copié las definiciones.  Le escribí a René.

La hora de lonche se llevó a cabo en el jardín.  Un pleito a puñetazos se soltó en la cancha de balonmano, dos blancos haciendo llover golpes.  Alarmas. “Siéntate,” me avisó Stone Cold y nos doblamos sobre el pasto, “Nosotros no hacemos sonar las alarmas en este lugar.”

En Salinas, si los hombres blancos hacían sonar una alarma, salías a respaldar a los buenos hombres blancos.  Si te sentabas antes de que los manda-más dieran su señal de sentarse, eras puesto en la lista negra.  Era una lista negra enorme.

Los guardias rodearon la cancha de balonmano y cubrieron a los combatientes de spray lacrimógeno. (spray pimienta).  Con los ojos lagrimosos, tosiendo, dejaron de pelear y se pusieron en posición prona.  Esposados, incandescentes en color naranja, los retiraron a sus jaulas.  Final de la alarma.

“Violaron la regla de pelea a puñetazos,” bromeé con Stone Cold. “Se unieron contigo en la lista negra.”
“Aquí no hay reglas.  Existe mucha más violencia, pero es menor en intensidad.  Casi nadie muere.”
“Retirada de Educación,” se oyó en el sistema de altavoz público del jardín.

En los escritorios estaban copias de un memo de parte del Sr. Rey, repartiendo una docena de cargos hacia la clase incluyendo robo de un cable coaxial y alguien que escupió sobre su computadora. Perturbador.

“¡¿Qué demonios tienes que decir?!” el Sr. Rey, aparentemente al azar, apuntó su dedo hacia un prisionero hispano joven, que había estado dibujando patrones de tatuajes.
“¿Qué? Nada.” Respondió el joven.  No parecía que él haya leído el memo.
“¡Jugando conmigo!”dijo el Sr. Rey golpeando su escritorio.  “Te meteré en serios problemas.”
“Tengo sentencia de tres cadenas perpetuas. Póngase en fila.”
“¡Sal de aquí, inmediatamente!” dijo el Sr. Rey cortando cada palabra.  Cambiándose de posición, inclinándose hacia delante, se tambaleó hacia el prisionero.

Con un golpe de sus pies en el piso, el prisionero salió de su silla en un salto. “Ni un paso más,” dijo en forma fría, pero con una navaja de rastrillo, la potencial violencia acechando en las sombras, lista para salir a la luz.

Congelándose por un buen rato, el Sr. Rey regresó rápidamente a su escritorio, mascullando amenazas vagas.

Juntando sus dibujos, el convicto salió del salón.  Al pasar por donde yo estaba, leí “EVIL” [“DIABÓLICO”] tatuado en su cara.

Sin palabra, el resto de los hispanos también salieron.

“¿Stone?” pregunté.
“Sí, mejor nos vamos,” murmuró.
“Manténganse sentados,” ordenó el Oficial Cope, y todos los Hispanos, incluyendo a Evil, regresaron en fila.  Cuando todos habían llegado a sus asientos, el Oficial Cope tomó una copia del memo de su escritorio y dijo “Afuera” al Sr. Rey.  Hablaron en el pasillo y después Cope habló en su radio de prisión.

Primero se unió al Oficial Cope y al Sr. Rey un sargento y después un teniente. Yo corregí la ortografía, puntuación y gramática del memo del Sr. Rey.

El teniente dio la orden que la clase se fuera a casa. Al salir, coloqué el memo corregido en la caja de tareas completadas.  En el pasillo, el Sr. Rey estaba diciendo, “No pueden hacer esto.  Quiero a mi representante de sindicato.”

En casa, encontré a Demon caliente, con fiebre, aventando manotazos.  La picadura de araña se había inflamado al tamaño de una pelota de tenis.

“Demon, necesitas ir a la enfermería.”
“No, no”, se quejaba, pero no parecía entenderme.

Al salir para la cena, me detuve y le dije al sargento que mi compañero estaba enfermo a causa de una picadura de araña.

“¿Puso petición para ver al médico?”
“No. Pero si no recibe atención médica, creo que morirá.”
“Todos mueren.”
“Es verdad. Pero creo que morirá esta misma noche.”

Revisándome detenidamente con la mirada, el sargento me dijo que lo llevara.  Después de una sola mirada, el sargento inmediatamente llamó por el radio a la enfermería. “No te esperes tanto tiempo a la próxima,” me dijo con énfasis.

Llegó el asistente médico y pidió una ambulancia.  Se llevaron a Demon.

Después de la cena, regresé a mi celda vacía, con excepción de por lo menos una araña esquiva.  Cubriendo mis manos con toallas, lentamente las pasé por cada superficie.  Sobre mi espalda, en el piso, bajo la cama inferior en donde la luz realmente no llegaba, encontré una separación pequeña entre la cama y la pared. Coleteando una toalla, una araña saltó directamente hacia mis ojos.  Gritando como un pequeño niño, rodé para salir de debajo de la cama.  Jadeando, corazón latiendo fuerte, las paredes parecían demasiado compactas, cercanas, presionando sobre mí.  Al recobrar una pequeña semblanza de compostura, intenté pensar en una alternativa a volver a colocarme debajo de la cama para enfrentarme a la araña.  Parecía que mi única otra opción era dejar que la araña se diera un banquete con mi persona en la noche.  Reacio, volví a ponerme debajo y di un golpe hacia la abertura hasta que la araña saltó y pude tomarla y matarla.  Busqué pero ya no encontré más arañas.

En la mañana, Demon aún no llegaba.  Después del desayuno, me reporte a Educación y me topé con el convicto con el tatuaje demoníaco en la cara.  Estaba barriendo el pasillo.

“Mike,” me presenté.
“Tomas, o Evil [Diabólico],” contestó.
“’¿Qué hay con esto?” apuntando hacia la escoba.
“El Oficial Cope me sacó temprano.  Dijo que si mantengo limpio el pasillo, puedo tener un pago de trece centavos.  Tengo un escritorio en el closet de almacén en donde puedo descansar y dibujar.
“Pensé que tenías que tener un G.E.D. para obtener un trabajo.”
“Ellos pueden hacer lo que les plazca,” dijo Evil indulgentemente.
“Sin embargo, Cope te lo consiguió.”
“Bueno, el Sr. Rey estuvo haciendo énfasis sobre la forma en que le dije que retrocediera. A Cope le encantó esto.”
“¿Y cómo es eso?”
“A Cope lo partieron en el comedor un tiempo atrás, y el Sr. Rey dijo que se lo merecía, eso y más.  A Cope no le gustó ese comentario.”

Rascándome la cabeza sobre cómo era que uno podía alcanzar una cantidad de paga, me seguí y me senté junto a Stone Cold.

Habían reasignado al Sr. Rey.  El nuevo maestro se pasó el día administrando exámenes de asesoramiento para poder diseñar un programa de estudio individual para prepararnos a cada uno de nosotros para el G.E.D.

En casa, encontré a Damon débilmente intentando subirse a su cama.  Era meramente una sombra de la bestia que había subido de un solo brinco.  Sobre sus protestas frágiles, cambié los colchones y le dejé la cama de abajo.

“Araña reclusa marrón,” murmuró. “Su mordida mata la carne.”

La rodilla de Demon había sido rajada, drenada y estaba repleto de antibióticos.  Le dije que la araña estaba muerta y me dio una pálida sonrisa y se durmió.  No hubo una nueva telaraña en la mañana.  Demon fue nuevamente llevado a la enfermería para darle más tratamiento.

Lavándome, estaba sonriendo.  René estaba en camino para verme.  Recogiendo un pase, di paso rápido y ligero al área de visitas en donde encontré unos penetrantes ojos verdes,  enmarcados por pelo largo rubio.  Dándome un beso, se colocó en mis brazos y podía sentir el profundo palpitar de su corazón.  Descendió el éxtasis.

-EL FIN -


Michael Wayne Hunter C83600
Pleasant Valley State Prison
P.O. Box 8500 A-5-206
Coalinga, CA 93210



© Copyright 2011 por Michael Wayne Hunter y Thomas Bartlett Whitaker.
Todos los derechos reservados


No comments:

Post a Comment