Tuesday, July 24, 2007

Bienvenido a Polunsky

DIA 1 – Martes – Julio 24, 2007 3:34 a.m.

Debí haber empezado a escribir esto hace meses. Cada día pensaba en hacerlo. No es como si no tuviera tiempo. Tiempo es la única cosa que tengo en abundancia, aparte, tal vez, de arrepentimiento. La mayoría de los días paso unas cuantas horas mirando fijamente al reloj, observando el segundero asirse cada vez más fuerte en mi cuello. Me digo que simplemente no he logrado enfocar sobre los últimos seis meses todavía, y que cuando lo haga, las compuertas del dique que está profundamente dentro de mí, se va a abrir con fuerza y las palabras saldrán precipitadamente. En ocasiones, aún lo creo.

Hoy no lo creo.

Conozco la verdad; son suficientes esos pocos momentos de cada semana en que me atrevo a verme en el espejo de la introspección. No he dado comienzo a esto porque me aterroriza pensar lo que voy a encontrar. He descubierto tantas cosas acerca de mi persona en los últimos dos años que casi estoy listo para “aventar la toalla”. Ahora que tengo aunque sea una pequeña cantidad de perspectiva, me temo que no queda nadie que quiera escuchar o tenga interés. Es mi propia culpa, claro. Mi padre parece pensar que en realidad alguien estaría interesado en mi perspectiva acerca de todo este desorden que es mi vida, y no sé qué contestarle. Nunca he sabido qué contestar a las personas. Tenía mi amplio banco de respuestas pre-grabadas, pero cuando llegaba al punto de tener que dar mi verdadera y sincera opinión sobre alguna cosa, no tenía ni idea de qué contestar. Ahora sí la tengo. Si lo que digo no hace mucho sentido o es casi inteligible, me imagino que esas son descripciones bastante agudas de Thomas Whitaker. Así que, esta va para ti, papá. Se quitan las máscaras. Gracias por no abandonarme. Aquellos de ustedes que me conocieron como Bart, lo siento; Bart murió. ¡Ya era hora!

De todas formas no me caía muy bien el fulano.



No recuerdo mucho en cuanto a la primera tarde después de mi llegada a la Unidad Polunsky. Me desvistieron y registraron. Preguntas y más preguntas. La larga caminata a través del pasillo central que divide las seis secciones que dan vivienda a cerca de 400 hombres condenados. La caminata lenta y larga a través de la sección C, todos los ojos fijos en el nuevo hombre. No sé que esperaba ver. Tal vez muchos barrotes, brazos grandes y fornidos, cubiertos con tatuajes, conectados a las palmas de las manos llenas de cicatrices, candados de seguridad, cigarrillos, etc. Lo que encontré fue silencio. Silencio que se rompió con el último sonido de mi puerta, que da al 12CC-42, lentamente deslizándose hasta cerrarse tras de mí. Había estado escuchando las puertas de metal dando el portazo detrás de mí durante más de 18 meses en la cárcel del condado, pero este sonido era diferente, casi tan suave como la seda. Nunca había logrado escapar del pensamiento de que los ecos de esas puertas se habían convertido en una alegoría en mi vida. La puerta de mi celda, sin embargo, ese ruido resonó aún más profundamente dentro de mí. Si las personas pudieran aún escuchar el sonido de su propio ataúd al cerrarse sobre ellos, así es como se escucharía. Recuerdo claramente estar parado a la puerta, observando por primera vez mi nuevo hogar de 6 X 10 pies, la jaula que sería mi casa de retiro, donde pasaría mis años dorados…continuando con la metáfora.

Tengo 27 años de edad.



Recuerdo haber titubeado en tomar un paso hacia el interior de mi celda, como si, al entrar estaría reconociendo la terrible verdad, y por lo tanto, haría que todo se tornara real. La bruma que ha estado manteniéndose suspendida dentro de mi cabeza desde antes del juicio estaba omnipresente. Los dolores de cabeza, oh, los dolores de cabeza, se sentían como tornillos masivos en el centro del mundo que constantemente estaban triturando hacia abajo, retorciendo, retorciendo, retorciendo hacia adentro del cimiento. Finalmente me dirigí hacia mi cama y me senté. Cuatro pasos, recuerdo haber pensado. Solo me tomó cuatro pasos. Me sentí aplanado, es la única forma de describirlo. Para mi vergüenza, me permití caer en ese lugar que odio más que cualquier otro lugar – ese lugar profundo, seguro, en donde soy intocable. Mi único y constante amigo desde mi juventud, mi constante enemigo que me rebaja a la nada y allí me deja. Probablemente conoces el lugar; todos tenemos uno. Si no lo tienes, espero y pido a Dios que nunca necesites encontrarlo. Es en ese sótano en dónde volqué toda mi basura emocional durante años, ese depósito con todas las orillas excesivamente dentadas que nunca pude computar de tal modo de poder buscar la salida. Solía decirme que el hoyo nunca se llenaría; el pozo nunca se secaría. Pienso que tal vez siempre supe la verdad: La gravedad emocional funciona opuesto a su primo Newtoniano. La suciedad cae hacia ARRIBA. Nunca se queda abajo. Me dí cuenta de todo esto en mi primer día aquí, el cuál fue el 23 de Marzo, según la forma en que el mundo cuenta el tiempo. Yo sabía todo eso, y aún así, elegí caer allí yo mismo. Recuerdo pensar que para alguien que había pasado la mayoría de su vida viviendo dentro de los confines de su propia cabeza, 6 X 10 pies tal vez no era un espacio mucho más contraído. Fue la última ocasión en que viajé hasta el punto cero. Últimamente, he estado sintiendo el peso de nuevo, y pienso que eso tal vez sea una de las razones por la cual levanté la pluma esta noche. Mi padre cree que repitiendo el pasado puede ser una catarsis. Tal vez tenga razón, aunque por fuera tengo que admitir que esto solo va a hacer que me odie más yo mismo. Me he vuelto bastante bueno en el juego de ajedrez desde que he estado encerrado. Juego cerca de diez movimientos adelantados. Mi cerebro traidor me está diciendo que en diez movimientos adelantados a este momento, me voy a arrepentir de haber hecho esto. Citando un gran pensador de nuestro tiempo, Homer Simpson, “Callate cerebro, o voy a picarte con un q-tip.” La cosa en cuanto a la memoria es que, cuando todo lo bueno se adorna con veneno, se vuelve un terreno minado. Vamos a ver.

La idea de poner algo tan personal a la vista de un foro tan público es bastante aterrador. Siempre fui una persona extremadamente privada. Espero, a los pocos que están tomando nota, puedan ver cuánto tuve que haber cambiado para siquiera haber pensado en escribir esto. Asimismo decidí escribir esto sin editar. Una versión, sin volver a escribir, ningún cambio de último momento. Lo escribo, y lo mando por correo. Lo perfeccionista en mí se rebela en el solo pensamiento. Sabe lo mal que escribo, lo pobremente que es mi capacidad para expresarme. Parece que en algún lado entre mi cerebro y mi boca y manos todo se hace nudos y se retuerce. Como J. Alfred Prufrock, soy reducido a decir, “Eso no es. Eso no es lo que quise decir.”

Aún ahora, eso no es. Para nada.

Esa primera tarde, después que todos los guardias se habían retirado con su aire de satisfacción petulante, y después que me tomé unos cuántos minutos para asegurar que no me habían dejado algún “regalito” del cuál me habría dado cuenta más adelante, me acosté sobre mi camastro. Pensando en cuanto a colchones, éste no estaba tan mal. He dormido en peores. Como cuando fui de camping, y dormí sobre las piedras de río. Le di la espalda a la puerta. Observé la luz asomarse a través de mi ventana de tres centímetros, viéndola arrastrarse y deslizarse por mis paredes. Formé imágenes allí, caras y nombres que no podía llevarme a mencionar en voz fuerte. Todo lo que salía de mi boca era: “Lo siento. Lo siento tanto!” Aún entumecido por los efectos de mi hoyo de seguridad, sentí una lágrima, y luego otra, corriendo por mi mejilla derecha. Yo, el supuesto malo, sociópata, sin cualidades de redención, estaba llorando. Me supongo que debería sentirme satisfecho que mi madurez emocional ha continuado evolucionando aún en el más oscuro de los lugares. Debería sentirme satisfecho, pero lo que recuerdo haber pensado fue: “Es demasiado tarde. Demasiado tarde.”

© Copyright 2007 por Thomas Bartlett Whitaker.
Todos los derechos reservados.

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